Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Filme de acción real donde conviven actores como Ewan McGregor (el Jedi Kenobi de "Star Wars") con imágenes tridimensionales, "Christopher Robin" es el famoso niño que con su osito de peluche Winnie the Pooh se ganó a los chicos del mundo con sus aventuras.

La película lo presenta ya adulto, casado y padre de una pequeña, con un empleo de jefe de personal al que se le presenta el drama de tener que prescindir de parte del personal con el que ha hecho lazos de amistad durante largos años. Las preocupaciones lo encuentran absorbido por el trabajo, en conflicto con su esposa y necesitado de la ayuda de algún amigo que lo acompañe. Y como por arte de magia, su compañero de la infancia, Winnie the Pooh, se le aparece en una plaza de Londres, porque también él parece haber perdido a sus amigos, animalitos del popular Bosque de los 100 Acres. El encuentro de ambos, con necesidades mutuas, los conduce al lugar de la infancia de Christopher Robin.

LOCACIONES ORIGINALES
El director del clásico "Descubriendo el País del Nunca Jamás", Marc Forster, retoma con calidez uno de los personajes más queridos por los chicos a través de los libros y las películas desde su nacimiento en 1926. El fotógrafo Matthias Konigswieser filmó con cámaras portátiles tradicionales y posteriormente se recurrió a la animación computada para dar mayor credibilidad a los movimientos de los animalitos. El efecto es sorprendente porque tanto el célebre osito como sus amigos, el entusiasta felino Tigger, el cerdito asustadizo Piglet y el adorable Igor, un burro buenazo y sarcástico, parecen tan actores como Mc Gregor y Hayley Atwell.
Un tanto lenta, salvo la media hora final, que está llena de acontecimientos, persecuciones y movimiento, "Christopher Robin" presenta un pequeño problema: es bastante triste en su desarrollo y los más pequeños, que se fascinarán con la pandilla de animales, quizás no comprendan demasiado los desánimos del protagonista. Más allá de algunos engolosinamientos en la melancolía general y ciertos golpes bajos a la emocionalidad del relato (la música es su mayor cómplice), la película es formalmente perfecta, sus animalitos atrapan (especialmente el burro Igor con sus dichos) y el Bosque de los 100 Acres está filmado en la locación original del libro, el bosque de Ashdown, en Sussex, y también en el gran parque del Castillo de Windsor.