Chloe

Crítica de Josefina Sartora - Otros Cines

Una gran actriz para un film menor

En su consultorio, la ginecóloga Catherine Stewart (Julianne Moore) le explica secamente a una paciente, quien no ha experimentado un orgasmo en su vida: “el orgasmo es sólo una contracción muscular, producida por la manipulación del clítoris.” A eso parece haberse reducido la sexualidad con su marido. En plena crisis de los 50, las actividades profesionales, el ascenso económico y la rutina cotidiana ha distanciado a una pareja que tuvo sus momentos de pasión, ahora dormida. Sin embargo, ella sospecha que su esposo encuentra sucedáneos entre sus alumnas, y para comprobarlo arriesga una jugada perversa: contrata a una joven y atractiva prostituta para que lo seduzca bajo la identidad de una estudiante, y la tenga informada de cada encuentro, cada gesto y acto sexual entre ambos.

Chloe es una profesional, y nunca olvidará quién es su cliente: ella es un intermediario, pero logra establecer entre ambas mujeres una comunicación erótica que por la palabra, por el contacto, despierta en Catherine sus deseos dormidos, y la lleva a conocer aspectos desconocidos, alternativos de su propia sexualidad.

Como a toda persona sumamente controladora como es la protagonista, la situación que ha creado se le va de las manos, como era de prever. Las consecuencias se tornan predecibles, por no hablar de algunos giros algo inverosímiles, como cuando se cargan las tintas involucrando a toda a familia en el juego erótico. Y el remate de la escena final es francamente un disparate.

Chloe es una remake de Nathalie X (2003), film de Anne Fontaine más sutil, más ambiguo que éste. En su momento lamenté cómo en el largometraje francés todo estaba demasiado calculado, fríamente calibrado. Lo mismo puede decirse de esta puesta del canadiense Atom Egoyan, quien crea un mundo cool en una Toronto for export, presentada como un producto donde cada lugar de novísima arquitectura reluce junto a la nieve. En aquel film, el trío estaba interpretado por actores de absoluto prestigio: Fanny Ardant, Émmanuelle Béart y Gérard Depardieu. Aquí, los intérpretes no son menores: Julianne Moore, como siempre, extraordinaria en su concepción de la mujer que quiere tener todo bajo su control, y se atreve a hermosos desnudos.

Ya en sendos melodramas de Todd Haynes, Moore había encarnado a señoras burguesas en plena crisis personal: en la excelente A salvo / Safe extremaba la insatisfacción hasta la psicosis, y en la no menor Lejos del Paraíso se atrevía a otro amor prohibido. Amanda Seyfried sale airosa en el rol de Chloe, tan sexy como peligroso, y Liam Neeson un poco fuera de lugar, parece preguntarse cómo ha ido a parar a este melodrama erótico. Se lo ve más cómodo en otro estreno del mes, Cinco minutos de gloria, con un personaje noble más a la medida de los que suele encarnar.

Es patético el momento en que el profesor de música viaja a Nueva York ¡para enseñar a un público académico el aria Mille tre de Don Giovanni!, sobre sus múltiples conquistas: una escena tan obvia que da vergüenza ajena (sobre la desdibujada actuación de Neeson, recordemos que durante la filmación de Chloe su esposa Natasha Richardson murió en un accidente, lo que alteró el plan de rodaje y, seguramente, su participación.)

Si en el film francés abundaban los espejos -tópico del melodrama, que alude a la identificación, la proyección y la duplicidad, también presente aquí, en el canadiense todo se ve a través de grandes ventanales: el vidrio impide el secreto, permite que la protagonista tenga todo -familia, pacientes- ante su vista. Atom Egoyan sigue sin lograr una gran obra. Son las actuaciones de las dos mujeres, las bien filmadas escenas sexuales, lo mejor de una película que decae por tortuosos giros de guión.