Chicas armadas y peligrosas

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Química perfecta en comedia filosa

Detrás de un título horrible y de un afiche al que llamar feo es ser muy benévolo, acecha una de las grandes películas de este año: Chicas armadas y peligrosas (o sea The Heat , o sea "La cana"). El director es Paul Feig, que saltó a las ligas mayores con Damas en guerra (Bridesmaids), una producción de Judd Apatow con guión de la protagonista Kristen Wiig y de la también actriz Annie Mumolo. Uno puede pensar que Feig tiene a su favor un poco de eficacia, otro poco de suerte y mucho de estar bien rodeado. Pero en Chicas armadas y peligrosas no está Apatow como productor y el guión de esta película es de la debutante en cine Katie Dippold, que tenía experiencia en series ( MADtv y Parks and Recreation ). Así que las dos últimas películas de Paul Feig -no importa de quién sea el guión- son excelentes y comparten un tema: la amistad femenina narrada con las formas genéricas de la comedia romántica. Es decir: protagonistas de género femenino y películas del género comedia romántica en su variante centrada en la amistad femenina (a las del subgénero masculino se las conoce últimamente como bromance, por "brothers", hermanos, y "romance"). Habría que encajar "sisters" en esa definición. O llamarlas, como antes, buddy movies .

Damas en guerra proponía una variante de comedia de "rematrimonio" (una pareja se separa o corre el riesgo de separarse, pero finalmente se vuelve a juntar) pero era de "re-amistad". En Chicas armadas , nos encontramos con la pareja despareja que recién se conoce y asistimos al nacimiento de una amistad en medio de una intriga policial en la que hay muertes, sangre, tiros, cuchillazos y malvados.

La combinación de comedia y policial -muy difícil de llevar a buen puerto- tiene en Chicas armadas un exponente extraordinario. La trama policial no es lavada: hay violencia y hay peligro verosímil. La comedia, los chistes y el humor físico no solamente no atenúan la violencia sino que la potencian. Y la comedia en Chicas armadas es de una velocidad y una precisión inusitadas: los diálogos tienen el filo y la musicalidad de una escritura precisa en boca de actrices encendidas, convencidas, nacidas para brillar en este género, y que además interactúan con una química que debería ser estudiada con detenimiento (y clonarla, para el bien del cine). Se gritan, se pegan, se detestan, señalan repetidamente la inutilidad de los hombres, se quieren, se repelen, se necesitan: ellas son una agente del FBI seria y reprimida y la agente de policía local de Boston más desaliñada, gorda y malhablada imaginable (altísimo grado de procacidad, presente).

Sandra Bullock y Melissa McCarthy hacen del diálogo, de los modos de sus diálogos, una forma de hablar, y por lo tanto de pensar el personaje y de moverse. Chicas armadas propone una aproximación clara a la comedia: define a sus personajes desde las palabras y esa concepción es entendida a la perfección, con brillo y coherencia, por las actrices y por el director.

Pero solamente con grandes personajes no se hace una gran película: Chicas armadas tiene un entramado un planteo de acciones que se encastran con lógica con una idea general: la película cuenta y cuenta, y a gran velocidad, y genera humor salvaje y corrosivo con la determinación de conseguir emociones genuinas: la risa principalmente, y también otras menos jocosas, a las que se llega con la compañía de una cantidad inusitada de carcajadas.