Chéri

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

El Defensor del “Cinema de Qualité”

Hoy en día el cine de época, o peyorativamente hablando, “ el cinema de qualité”, término adjudicado a François Truffaut, que irónicamente, se dejó tentar por los textos románticos de fines del siglo XIX para filmar en 1968, Las Dos Inglesas, se encuentra atravesando un cierto tipo de “crisis”.

Mientras que un sector popular de la audiencia (léase, los adolescentes y veintiañeros hasta cuarentones) buscan adrenalina, efectos especiales, cuerpos y rostros artificiales made in Hollywood, lo cual no es sorprendente ni novedoso, el séctor más cinéfilo, ávido de encontrar experiencias vanguardistas e influido por un movimiento elitista de críticos, que se creen “modernos por desdeñar lo clásico” ha decidido discriminar completamente cada nuevo estreno comercial situado históricamente en Europa desde fines del siglo XVIII hasta principios del XX.

Otra vez el término “cinema de qualité” se infiltra despectivamente en las filas de espectadores que se encaminan a las boleterías, como si fuera el rumor de la llegada de la peste a las salas porteñas.

Pero los directores todavía no renuncian a realizarlas. Si bien se trata de un grupo selecto de cineastas cuyas edades superan las 6 décadas, lo más sorprendente es que todavía, y a pesar de haber críticas encontradas, distribuidores locales aun creen que puede haber “algo” en estas producciones que le llamará la atención al público adulto.

Y estrenarla en medio de las vacaciones de invierno, es una movida riesgosa, pero bastante calculada en sí.

Veamos, las pantallas están dominadas por los tanques hollywoodenses que apuntan a un público infantil / adolescente, por lo tanto, si películas como Cheri, obviamente no se van a colar entre los primeros lugares de la taquilla semanal, al menos garantizan llevar mayor público que en otras épocas del año, debido a que no está la competencia adulta (léase un público mayor de los 50 años) desarrollada para competir contra los tanques. Así que, por descarte, este público va a preferir ver un “cinema de qualité” en vez de… digamos, Eclipse o Shrek.

Y lo mejor de todo es que aquel que no esté influenciado por la crítica ombliguista e ignorante que no reconoce el arte dentro de estas producciones para no ir en contra de la corriente, puede sorprenderse con una más que digna obra cinematográfica.

Quedan pocos Frears, quedan pocos Taverniers en el mundo. Es mejor mirar al futuro, a Pandora, que al viejo continente, que trajo todos los males a América.

Sin embargo, admito que para disfrutar Cheri, hay dos factores a tener en cuenta:

1- A uno le tiene que gustar el cine “victoriano”. No hay nada que hacerle, si el espectador tiene en la cabeza, que todo cine “antiguo” es aburrido… se va a aburrir.

2- Uno debe entender la línea iróníca de Stephen Frears.

Stephen Frears (Inglaterra, 1941) es un realizador que siempre ha sabido mecer sus relatos en la fina línea del melodrama con la ironía (mal denominado comedia), el sarcasmo y la crítica hacia la nobleza y burguesía europea y/o estadounidense. Es un director que no hace dos películas iguales seguidas, y en donde sus personajes van sacando sus capas y sus máscaras paulatinamente para desnudar almas hipócritas, bestias que marcan el rumbo hacia el abismo. La ironía y la soberbia no los van a salvar de la desazón, y la frialdad y supuesta ingenuidad de su carácter, tampoco.

Es en esa fina línea de la sátira y la amargura en donde se movían justamente sus mejores piezas: Mi Hermosa Lavandería, Relaciones Peligrosas, Ambiciones Prohibidas, Héroe Accidental, Negocios Entrañables, La Reina. Otras fueron más sutiles y superficiales como Mrs Henderson Presenta, El Secreto de Mary Reilly. Pero también, Frears ha sabido como moverse en terrenos menos oscuros y pretenciosos, encarar historias más afines, con la misma sutileza, un toque especial, una elegancia formal, y gran sentido del humor, como son esas dos magníficas obras llamadas La Camioneta y Alta Fidelidad, a esta altura un clásico de las comedias románticas contemporáneas, con uno de los más honestos trabajos de John Cusack. Versátil, pero fiel a su estilo, Frears ha podido construir una carrera ejemplar, y varias veces, subestimada.

Cheri, reúne a Frears con el guionista Christopher Hampton, un especialista en adaptaciones de época (Carrington, El Agente Secreto) como de obras más contemporáneas (Eclipse Total), que ha tenido un terrible traspié cuando vino a filmar Imaginando Argentina con Emma Thompson y Antonio Banderas.

Cheri se basa en las novelas “Cheri” y “El Fin de Cheri”, escritas por la novelista parisina Colette, conocida por Gigí (llevada a la pantalle en 1958 por Vincente Minelli) y la saga de novelas de Claudette, también llevadas a la pantalla.

Cheri es una crítica mordaz a la sociedad francesa de fines del siglo XIX y principios del XX. Una mirada irónica a la falsedad de los sectores opulentos, previos a la Primera Guerra Mundial. Nos muestra a Lea (Pfeiffer) una cortesana (prostituta de lujo, de reyes, ministros y condes) quien tenía prohibido enamorarse hasta que decide instruir sexualmente al aburrido hijo de una ex rival (Bates). Cheri, (Friend) es un joven frío, que solo se muestra inspirado cuando está bajo la tutela de Lea. Pronto ambos pasan de tener una relación protocolar, a tener una romántica, donde la diferencia de edad no será, en principio, un contratiempo.

El problema llega, cuando la madre de Cheri, decide casarlo con la opulenta (e inexperta) hija de otra cortesana. Por supuesto, para mantener la hilacha millonaria. Esto provocará una crisis interna de parte de Lea, que deberá asumir, que a cierta edad, la diferencia generacional, puede interceder en el futuro de una pareja.

A través de personajes inexpresivos, exagerados, falsos, Frears compone una pintura de época casi excepcional. Los matices de Lea y Cheri se van abriendo como capas de cebolla. Esto no son solamente méritos de Hampton a la hora de llevar y humanizar los personajes de la novela a la pantalla sino también de dos soberbios intérpretes como Michelle Pfeiffer, que a los 50 años, se encuentra más bella que hace 20, que ha sabido madurar y aceptar su edad, sin perder su encanto ni refinamiento. Que ha superado los estereotipos impuestos por el cine hollywoodense industria, se ha independizado y profundizado su carácter interpretativo, dándonos una actuación que debería haber sido tomada más en cuenta en las entregas de premios del 2009. Su sonrisa maliciosa, su mirada frágil y el trabajo de la voz en cada gesto. Conmueve cada vez que se mira al espejo y se toca las verrugas de la cara. Su personaje parece irónicamente un pariente de la Marquesa de Merteuil interpretada por Glenn Close en Relaciones Peligrosas, del que ella misma interpretó en la misma película, por lo tanto la elección parece natural: la alumna se vuelve profesora. No está joven, lo admite pero lo suelta, porque acerca de la juventud, el deseo y el paso del tiempo trata Cheri. Friend (que se ha destacado en La Joven Victoria), como el personaje que da título a la obra logra ser verosimil en esta actitud de joven engreído, mimado y depresivo, que busca experiencias románticas novedosas. Una suerte de joven Conde de Valmont. Su rostro es pálido como vampiro salido de una novela de Ann Rice. Pero logra estar a la altura de Michelle Pfeiffer (varios lo envidiamos por tener que compartir la cama con ella). Por otro lado, Kathy Bates cumple con creces su odioso personaje. Aunque no se aleja demasiado del que interpretaba en Solo un Sueño.

Una pequeña obra de cámara, una obra de teatro, a la que se le puede acusar de no ser pretenciosa ni superar el cáliz de cuento. Se queda chica narrativamente, para tanto despliegue de producción.

Se destacan la fotografía de Darious Khonji, el arte de Alan MacDonald y el diseño de vestuario de Consolata Boyle para crear una atmósfera impresionista netamente inspirada en las pinturas de Renoir, Toulousse-Loutrec, Klimt o Monet, entre otros. Ya se trate de la caracterización de personajes, elección de actores, paleta de colores (mucho verde, rojo y tonos grises pálidos para los rostros) o la ambientación de los escenarios. Inclusive cinematográficamente uno encuentra referencias del Visconti de Il Gatopardo o Muerte en Venecia. Frears decide no situarlo en una época dada, sino armar en torno a los artefactos, a las creaciones de la segunda revolución Industrial. Sin duda, si Relaciones Peligrosas, con su magistral y meticulosa puesta en escena es objeto de análisis de estudiantes de dirección de arte, Cheri, no se aleja de este modelo y puede ser analizada desde diferentes puntos de vista visualmente. La forma en que la luz del Sol entra por las ventanas o impacta sobre los rostros es fascinante. Los amantes de la pintura pueden encontrar en esta obra lo que los cinéfilos encuentran en una película de Tarantino.

No se trata de una obra épico, inmortal que será recordada sobre otros trabajos de Frears, pero sí es un trabajo noble, honesto y sin duda sobrevalorado.

Para rendirle tributo a Renoir (el director) y Truffaut, Frears incluye a un narrador (él mismo pone la voz) para enfatizar el carácter cínico de la obra, con la frialdad, y el típico tono sádico, de disfrutar los males que asemejan a los personajes, que es un emblema de la cultura inglesa.

La combinación de una narración sólida y dinámica (un montaje a buen ritmo y su breve duración impiden el aburrimiento), excelentes interpretaciones, personajes profundos, no obvios en actitudes, una puesta en escena perfeccionista, cálida, encuadres simétricamente ejecutados acompañados por una soberbia, y emotivamente contagiosa banda sonora a cargo de Alexander Desplat dan como resultado final en Cheri, una obra refinada, astuta, que se mueve en contra de los cánones cinematográficos contemporáneos, a pesar de respirar clasicismo por cada poro.

Aquellos que defendemos y disfrutamos del “cinema de qualité”, tenemos razones de sobra para agradecer a Stephen Frears, Christopher Hampton y equipo, por otra obra preciosa. Como siempre digo, para entender el futuro, a veces hay que seguir mirando el pasado.