Chappie

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Metafísica artificial: pulgares abajo para el estreno de "Chappie"

La nueva película de Neill Blomkamp aborda la temática de los sentimientos en androides, pero se vuelve esquemática y no exenta de moraleja.

La metafísica es una palabra excesiva para hablar de Chappie, una película esquemática e inscripta débilmente en la ciencia ficción con un discreto fondo político reaccionario. Pero ese sustantivo inflado por siglos es lo que define abstractamente su centro. El desenlace lo confirma sin vacilaciones y un cuento leído por la madre adoptiva del robot (que consigue vencer su mero mecanicismo y convertirse en una máquina que siente) lo postula sin miramientos. De lo que se trata aquí es de afirmar la autonomía del alma o la independencia de la conciencia del cuerpo.

En un futuro impreciso pero no muy lejano, los ciudadanos de Johannesburgo viven en una especie de estado naturaleza: caos, homicidio, inseguridad permanente e ineficacia total de las fuerzas del orden, rasgos distópicos reconocibles. Frente a una sociedad sin ley a merced de las pandillas, con 350 crímenes cotidianos como estadística insoslayable, la solución consistirá en introducir una brigada de policías robots denominados "Scouts" y concebidos por una empresa privada. Recuperar el orden, restablecer la ley, estas son las dos operaciones que definen el universo simbólico reduccionista de Chappie.

En la empresa que produce "Scouts" está el ingeniero Doug. Su pasión no reside en perfeccionar el régimen de vigilancia estatal, sino en encontrar la fórmula para que las máquinas adquieran autonomía y sentimientos. Su némesis militarista en la empresa es Vincent, otro ingeniero, frustrado y alienado, que espera su oportunidad para imponer otro modelo policíaco de robots. Tarde o temprano, tendrá su oportunidad, pero estos elementos dramáticos son secundarios, porque cuando Chappie, el robot, trascienda potencialmente su condición de máquina, a Neill Blomkamp y su guionista (y mujer) Terri Tatchell les interesará más seguir el aprendizaje desde cero de la máquina y su eventual devenir humano. Que elijan a una pareja de criminales como tutores (muy simpáticos, por cierto) es un buen giro narrativo que resulta involuntariamente más cómico que dramático.

Todo es caricaturesco e infantil en el filme de Neill Blomkamp. Si se asumiera como pura comedia descerebrada, Chappie sería una parodia liviana y pasatista de películas como RoboCop, Frankestein e Inteligencia artificial. Un buen pasaje paradójico y emblemático acerca de la irregularidad del punto de vista asumido es aquel en el que Chappie mira la presentación del dibujo animado He-Man en la televisión. Lo que podría ser un gag culmina como lección indirecta: el aprendizaje es mímesis y en una cultura patriarcal profusa en falos la presunta inocencia de los niños se trastoca a través de signos de violencia tempranos (que durante toda la película no deja de glorificarse).

Película incierta la de Blomkamp, revuelta formal y temáticamente, no muy lejana a un video juego con moraleja, en la que las reiteradas panorámicas incitan a contratar una empresa telefónica y se agrega descaradamente una línea para que se asocie la marca de una bebida energizante con el ejercicio de la inteligencia. Ruedan las cabezas, las balas despedazan los cuerpos y se confirma al mismo tiempo la inmortalidad del alma.