Chappie

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Más ficción que ciencia

Del director de “Sector 9”, la desigualdad vuelve a ser el tema dominante. Hugh Jackman, desaprovechado.

Un futuro distópico, pero cercano en el tiempo, ya que la ciudad (Johannesburgo) se ve igualita a como es hoy. Bandas callejeras dominan la escena, por lo que una empresa entrega a la policía unos robots policías. Adivinen: los índices de criminalidad descienden.

La desigualdad de clases es un tema que apasiona al director sudafricano Neil Blomkamp. En Sector 9 extraterrestres se posaban en el cielo de Johannesburgo. Luego, en Elysium, con Matt Damon, los pobres se quedaban en la Tierra mientras los ricos y pudientes escapaban hacia el exterior. Aquí intenta en el guión que coescribió con su esposa, Terri Tatchell, confluir ideas aparecidas en sus filmes anteriores. Hombre contra hombre es la amenaza más poderosa.

Hay una rivalidad entre Deon (Dev Patel, de ¿Quién quiere ser millonario?), el cerebro creativo del modelo de robot operante, al que quiere mejorar y hacer sentir y pensar, y el de Vincent (un desaprovechado Hugh Jackman, que no da para el rol), un ingeniero que creó uno propio, pero más costoso y aparatoso, y no consigue que la CEO (Sigourney Weaver) lo apruebe.

Acertaron: el malo querrá desbaratar todo lo que hizo el bueno, por envidia. Se sabe: aquéllos que se saben con menos talento son capaces de cualquier cosa. Y si embaucan, pueden triunfar, al menos en un comienzo.

Lo cierto es que Blomkamp no necesitaba a Patel, ni a Jackman ni a Weaver. Es que esos personajes son los menos atractivos. No tienen profundidad. Ni en la creación ni en sus diálogos. Es bueno advertirlo, porque la atención se centrará, entonces, en quienes realmente deben tenerla. Porque ¿qué es el papel de Weaver, sino el de la empresaria que le pone coto a los avances de la ciencia, porque va en detrimento de sus ganancias económicas?

Chappie, el robot que siente, explican, es como un niño: ingenuo, fácil de engañar, hay que enseñarle todo y, por eso, es manipulable. Secuestrado por una banda (dos de ellos a los que llama Papi y Mami son Ninja y Yo-Landi Visse, de la banda Die Antwoord, y llevan sus mismos nombres en el filme) aprende a delinquir. Lo engañan, claro: cuando le ordenan castigar a unos policías, le dicen que los ponga a dormir, cuando en realidad casi los mata.

Lo que Blomkamp intenta es borrar las diferencias entre un humano y un humanoide. Es un paso difícil, una frontera tal vez no infranqueable, porque ¿quién es el irracional? ¿Quién el autómata?

Lo que los emparenta es el miedo a la muerte. La conciencia. Y esa suerte de crisis existencial que tiene Chappie cuando advierte que la batería que tiene, irremediablemente, se acabará.

La línea argumental también plantea, entre oraciones de manual o explicativas hasta el hartazgo, si es posible que una inteligencia artificial pueda superar a la humana. Todo esto si usted tiene ganas de filosofar, porque si quiere ver una de acción, le dará lo mismo si Chappie es un robot, se parece al de Cortocircuito o a RoboCop.

Muchos temas, que se ven comprimidos en un filme que termina siendo más de acción que de ciencia ficción.