Chappie

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El robot del pueblo

El sudafricano Neill Blomkamp ya nos tiene acostumbrados a sus fábulas donde la lucha de clases tuerce siempre para el lado de los buenos. A la pregunta ¿Quiénes son los buenos?, debemos responder desde la ideología: aquellos que no tienen el poder; los que son sojuzgados por el sistema perverso que los explota sin misericordia con el único fin de que la rueda nunca deje de girar.

En ese sentido, Chappie viene a consagrar un estilo -cuestionable o no- que hace de la mezcla de elementos genéricos la plataforma ideal para bajar línea y un discurso camuflado de otra cosa. Se trata, nada más ni nada menos, que de un robot creado para el control social, que a partir de su contacto con la realidad marginal y con un grupo de personajes estereotipados, comprende que el mundo es otra cosa y que la violencia separa más de lo que organiza.

Por otra parte, Chappie personaje, es una esponja que absorbe todo tipo de aprendizaje, por lo menos ese es el objetivo de su creador Deon Wilson (Dev Patel), lejos de aceptar las leyes que imperan sobre la robótica con fines militares, idea que expresa su antagonista Vincent Moore (Hugh Jackman).

Así las cosas, los dilemas a los que se enfrenta este prototipo de titanio se van sumando a medida que adquiere todo tipo de conocimiento de la escuela de la calle y las contradicciones de aquellas lecciones que, por ejemplo, lo involucran con actos delictivos cuando su esencia es el respeto por la ley.

Para el realizador de Sector 9 (2009), cualquier alegoría es válida para reforzar la dialéctica planteada al inicio de esta nota y en esa obsesión de querer cerrar el círculo, las películas quedan subordinadas a los pretextos de las ideas. Ahora bien, en Chappie se refleja con más intensidad ese desequilibrio entre el ¿qué? y el ¿cómo?, sumado a un puñado de escenas melodramáticas en contraste con la acción que parece llegar cuando la película no encuentra un camino potable –en términos narrativos- para avanzar hacia el territorio de las ideas o, lo que es peor, de la sensiblería.