Chappie

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Dilemas de la criatura

Neill Blomkamp siempre ha sabido remover el avispero con sus experimentos de ciencia ficción que van al hueso de los temas centrales de la humanidad (que siempre ha sido la misión de la buena ciencia ficción). Si en “Distrito 9” se había metido en lo mal que la pasaban unos alienígenas en la compleja trama étnica de Johannesburgo (en un formato que por instantes era un falso documental, y pasaba por momentos desopilantes de Sharlto Copley), en “Elysium” se puso serio y planteó una situación que en Estados Unidos es más seria aún: la privatización de la salud (y las condiciones saludables) en una agudización de las contradicciones de clase.

Repertorio temático

En “Chappie”, junto con la coguionista Terri Tatchell (su esposa, también coequiper en “Distrito 9”) vuelve al tono y a la ubicación de su primer largometraje, y se atreven a hacerse un revuelto Gramajo con decenios de tradición sobre la vida artificial: de la criatura de Frankenstein a la Rei Ayanami de “Evangelion”, pasando por todo el ciclo robótico de Isaac Asimov y “Blade Runner”, con referencias al cruce humano-máquina presente en clásicos como “RoboCop”, “Ghost in the Shell” y “Gunm/Battle Angel Alita” (la escena del final hará sonreír a más de un nerd).

La trama es bastante “robocopística” (hasta hay una estética a lo Verhoeven en los noticieros y el ambiente corporativo): en Johannesburgo, la compañía Tetravaal ha desarrollado una fuerza policial robótica, de la mano del programador Deon Wilson. La tropa de humanoides mecánicos viene reduciendo la criminalidad, pero Deon quiere más: busca desarrollar inteligencia artificial, algo que a su jefa Michelle Bradley no le interesa para nada. El que está muy enojado con todo esto es Vincent Moore, ex soldado y también diseñador, que ha creado el “Alce”: una máquina de combate demasiado grande y costosa, dirigida por un enlace neural con un piloto, y de un sospechoso parecido al ED-209 de “RoboCop”.

Los planes de Deon de experimentar por afuera se cruzan con los de una banda delictiva, y se produce un milagro bastante bizarro: la nueva inteligencia artificial nace en el seno de los malandrines, y de yapa con fecha de vencimiento (el cuerpo en el que se instala tiene una batería que se cortará en pocos días). A partir de ahí la trama se va para cualquier lado menos para los predecibles, y explota toda la biblioteca: Chappie (así lo apoda su “mami”) confronta a Deon por haberlo creado con una fecha de caducidad, aquel dilema que aquejaba a Roy Batty en “Blade Runner”. Es que si al humano biológico normal le lleva una vida amigarse con los “caminos misteriosos” de su Creador (ese es el dilema de la religión, ¿no?)... ¿qué le queda a un ser cuyo creador es falible y finito como él? (“¿para qué fui creada?”, aportaría Rei Ayanami acomodándose la melenita). La temática no la inventó el realizador sudafricano (“la pólvora ya la inventaron los chinos”, diríamos en otra época), pero no deja de tener vigencia: la vida se reconoce porque quiere vivir. Y el final... mejor lo dejamos ahí.

Sangre y circuitos

Blomkamp también mezcla registros, del falso documental (de nuevo) a las omnipresentes pantallas de tele (¿acaso en la vida real no nos enteramos de todo por alguna pantalla colgada?), de la estética hollywoodense de película de acción a la cámara sucia, granulada y en mano, un recurso que ya había usado en “Distrito 9”. Y de nuevo deja entrar esa ciudad mestiza, metropolitana y feraz, urbana y selvática, que es Johannesburgo.

En cuanto al elenco, Sharlto Copley vuelve a aparecer, convirtiéndose en el fetiche del realizador. Pero no lo identificaremos enseguida porque... está en el cuerpo del robot, gracias a la tecnología de Weta Workshop, que permite actuar personajes luego reconstituidos digitalmente. Alguno podrá identificar su voz, con ese particular acento afrikaaner, y en los movimientos que aprende de la troupe de gángsters.

Ahí también hay otro juego rarísimo; sacando al actor José Pablo Cantillo, como Amerika, el “papi” y la “mami” de Chappie son una pareja real, integrantes del grupo de hip hop Die Antwoord, que usan sus nombres (artísticos) reales: se trata de Ninja y Yo-Landi Visser (ella lo escribe ¥o-Landi Vi$$er), que se lucen bastante actoralmente (especialmente la segunda, con su vocecita aniñada y, otra vez, el acento local), más que figuras de fuste como Hugh Jackman (Vincent) y Sigourney Weaver (Michelle), que hacen lo suyo bastante “de taquito”.

Dev Patel como Deon tiene lo suyo también: el muchacho indio da el look de nerd programador de ese origen (aunque podría ser un local: hay una comunidad india en Sudáfrica, resabio colonial) y como jovenzuelo en problemas (ya tiene varios papeles en esa línea).

Por lo demás, algo de Brandon Auret como el criminal Hippo y una aparición del presentador de noticias estadounidense Anderson Cooper (un guiño para el público del norte, ya que metió a los raperos del sur). Volviendo justamente a Die Antwoord, su aporte incluye varias canciones, que se mezclan con una banda sonora bastante presente a cargo de Hans Zimmer (con Junkie XL metiendo los dedos por ahí).

Con todo eso se redondea un cóctel “de autor”, de uno de esos creadores que con sus luces y sus mañas pueden retomar temas clásicos pero sacudiendo los moldes.