Chappie

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Bebé de titanio.

A Neill Blomkamp definitivamente le fascinan los rodeos ciclotímicos del melodrama y las posibilidades narrativas que abren en tanto recursos prestos al análisis de determinados tópicos de índole social, en especial la línea divisoria entre el lumpenproletariado y la miseria lisa y llana. En una época en la que priman el cinismo y la banalidad en casi todo el espectro mainstream del séptimo arte, sin importar qué nivel consideremos, resulta más que meritoria la actitud del director orientada a poner el dedo en la llaga de las inequidades contemporáneas mediante el naturalismo formal, una utilización no invasiva del CGI y ese catálogo infalible de alegorías de la ciencia ficción de pulso cyberpunk/ postapocalíptico.

Con la interesante Chappie (2015) el sudafricano cierra una suerte de trilogía de la resistencia contrahegemónica que comenzó con Sector 9 (District 9, 2009) y continuó con Elysium (2013), aunque en esta ocasión deja de lado las dubitaciones espaciales y se mantiene firme a ras de la tierra, profundizando las fricciones inherentes al antagonismo que lo obsesiona, el protagonizado por un estado despiadado que reproduce la desigualdad tercermundista (en connivencia con los conglomerados privados) y una clase popular en extremo desgranada (sumida en la pauperización y su correlato, la violencia). Aquí este enfrentamiento está condimentado con detalles transcendentales y un esquema conductista.

Sin revelar demasiado de la trama, sólo diremos que conceptos como “alma” y “educación” se cuelan en una historia centrada en el desarrollo/ adoctrinamiento del personaje del título, un androide concebido para funciones policiales que eventualmente se transforma en un experimento de inteligencia artificial. Este bebé de titanio deberá crecer en una Johannesburgo asolada por una ristra de crímenes, y sus docentes serán su creador, Deon Wilson (Dev Patel), y los simpáticos miembros de una pandilla de gangsters. Hoy el villano de turno, Vincent Moore (Hugh Jackman), es un ex soldado reconvertido en diseñador de armas que compite profesionalmente con Wilson y desea dar de baja a su mayor invención.

La película combina elementos varios de Westworld (1973), Fuera de Control (Runaway, 1984), Cortocircuito (Short Circuit, 1986), RoboCop (1987) e Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence, 2001), unificando a fin de cuentas el neorrealismo italiano, los techno thrillers, la comedia suburbana y muchas referencias a los dramas que fetichizan el “coming of age”. Como Koobus Venter en Sector 9 y Kruger en Elysium, Moore es otro engendro fascista cuyos únicos hobbies son el sadismo y la egolatría, una especie de demonio que sintetiza las características de esa ceguera homicida detrás de la lamentable ignorancia de nuestros días, enarbolada por los diletantes y/ o mercenarios del capitalismo.

Una vez más el amor por el cine de género y la responsabilidad ideológica de Blomkamp nos conducen hacia una propuesta que conjuga el “crecimiento” de Chappie desde su toma de conciencia individual, metiéndose en un terreno en el que Hollywood casi nunca osa entrar y colocando en primer plano los avances despóticos de las cúpulas y la capacidad de rebelión que anida en las comunidades más olvidadas, esa misma que se materializa cuando se logra superar la complicidad pasiva para con este estado de cosas. Tan vivificantes como dolorosas y amargas, las obras del realizador homologan caos y creatividad a través de un anarquismo que destroza la falta de compromiso político y el circo mediático legitimador…