Chapadmalal

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Palabras más, palabras menos.

Chapadmalal es un caso raro. La propuesta y las ideas que esgrime el director son de una riqueza notable, pero las personas que salen delante de cámara y gran parte de lo que dicen no están a la altura del resto de la película. Para empezar, hay que decir que lo que hace Alejandro Montiel es prácticamente un cine de riesgo: filmar a los afiliados de PAMI que vacacionan en el Complejo Turístico Chapadmalal contando historias personales por turnos sin que las apariciones dialoguen entre sí, y además hacer que la película recale pura, exclusiva y obsesivamente en los entrevistados, bueno, eso es algo que no se ve todos los días. Chapadmalal nos impone un ritmo que no estamos acostumbrados a sentir en una sala, el de personas mayores que narran episodios de sus vidas sin cortes ni ilustraciones de ninguna clase, y muchos de los cuales no tienen nada de extraordinario ni un pulso dramático que los vuelva atrapantes. El rigor es absoluto e insuperable: los vacacionantes desfilan frente a cámara hablando de sí mismos, a veces solos, a veces en grupos, pero casi siempre en tomas únicas, y eso es todo. No hay concesiones de ningún tipo: los hechos contados no se complementan con imágenes ni se matizan con música, los entrevistados nunca se cruzan o hablan de otros (y si lo hacen, no alcanzamos a darnos cuenta), y el esquema de primer plano y plano americano rige para casi todos los testimonios.

El gran problema de semejante dispositivo cinematográfico son los resultados que se obtienen: la mayoría de los relatos resultan aburridos, muchos hablan de las mismas cosas, y una buena cantidad de las opiniones directamente molesta. Lugares comunes, frases hechas, posturas defensivas, reivindaciones personales que suenan forzadas; salvo honrosas excepciones, Chapadmalal se nutre principalmente de eso, y el clima general de sueños incumplidos, culpas y odios no saldados termina por hacer que los entrevistados parezcan amargados, repetitivos y frustrados pero sin la valentía para admitirlo ni el carisma que les insufle un poco de encanto. Las intervenciones de los realizadores tampoco son del todo felices: la mayoría de las veces se notan complacientes y tienden a mimar de forma cómoda al entrevistado.

Seguramente el mejor momento de la película sea cuando aparece la mujer que regenteó un prostíbulo. Su relato está lleno de vitalidad, grandes anécdotas y un tono polémico con el que prácticamente se increpa al público. A Chapadmalal toda le falta la energía y el empuje de la ex madama. Montiel se arriesga poniendo en funcionamiento una máquinaria cinematográfica atípica y prometedora, pero fracasa a la hora de cosechar sus frutos.