Cenizas del pasado

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Cuentas pendientes

Dwight es un homeless que sobrevive juntando botellas de plástico en una playa de Delaware, Virginia, Estados Unidos. Cada día revuelve los tachos de basura en busca de algún resto de alimentos y con eso parece tener suficiente. Duerme en un auto destartalado estacionado en la arena, cerca del mar.

Un día gris y lluvioso, una mujer policía, de color y corpulenta, lo despierta, no porque el hombre estuviera en problemas con la ley, sino para darle una noticia que sabe que lo va a afectar.

Ese gesto, entre amistoso y protector, da a entender que Dwight es alguien conocido en el lugar y que no es, en principio, una persona peligrosa. Lo que sucede es que el hombre, cuya edad anda entre los treinta y los cuarenta, ha quedado muy traumatizado y aturdido luego de que sus padres fueran asesinados años atrás.

Resulta que ahora, la policía le viene a avisar que el asesino será puesto en libertad en los próximos días.

Dwight es un hombre en apariencia lento, como si sufriera algún retraso mental o algo así, se lo ve débil, pero el dato de la liberación del asesino de sus padres funciona como la alarma de un despertador que lo obliga a moverse y a tomar algunas decisiones.

El relato, cuyo título original es Blue Ruin, escrito y dirigido por Jeremy Saulnier, es una meritoria pieza del cine independiente norteamericano que cuenta una historia de violencia y venganza, en un pequeño pueblo costero donde todos se conocen y las armas suelen hablar más que las personas.

Con un estilo despojado, la cámara se concentra en el personaje protagónico y su transformación a medida que avanzan los hechos. Mientras Dwight se abalanza sobre el ex convicto apenas pone un pie fuera de la cárcel, en un ataque improvisado, desprolijo y propio de alguien que a todas luces no es un profesional, el espectador se va anoticiando de a poco de los detalles de la historia, que se dan a conocer con cuentagotas.

Así, se entera de que el vengador tiene una hermana y que el asesino de sus padres pertenece a una familia muy conocida del mismo pueblo. Que hay un asunto oscuro de larga data que ha precipitado los acontecimientos y que en ese lugar rige una ley no escrita que obliga a resolver personalmente determinadas cuestiones.

A Dwight lo mueve ese compromiso familiar, aunque no esté muy preparado para llevar a cabo su venganza. Sin embargo, el mandato psicológico es imperativo y lo tiene que hacer. Es torpe, tiene miedo, y no sabe cómo resultará todo, pero sigue adelante, por vengar a sus padres y por proteger a su hermana, y el espectador sufre a la par todas sus tribulaciones, atrapado en un clima de tensión y suspenso, a veces matizado con algunos toques de humor negro, que pone al desnudo la idiosincrasia de una población acostumbrada a vivir en un estado de violencia naturalizada.

Precisamente, lo interesante el film del joven Saulnier es esa descripción descarnada de un modo de ser, que pone en boca sobre todo de algunos personajes secundarios, como es el caso de uno de los integrantes de la familia del asesino, quien mantiene con Dwight un diálogo desopilante in extremis, porque antes de ejecutar su venganza, el muchacho parece que necesita hablar, un poco para conocer más sobre lo sucedido y otro poco para justificar su actitud. Otro personaje que devela aspectos interesantes de la psicología de los lugareños es un amigo del protagonista, ex compañero de la secundaria, quien le presta un rifle y le enseña a usarlo, además de darle algunas lecciones rápidas de cómo enfocar la mente cuando se apunta con un arma y esas cosas.

Como resultado, el espectador, si bien se ve inclinado a tomar partido por Dwight, a medida que se desarrolla la trama se encontrará con un drama en donde no hay buenos y malos separados por un límite preciso, sino un embrollo entre vecinos que incluye cuestiones pasionales y también asuntos de honor, en el que todos parecen atrapados a pesar de ellos mismos.