Casi un gigolo

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Para disfrutar sin complejos

Por suerte, la entrada al cine para ver a estos dos queribles seductores no es tan inaccesible como sería (para nosotros) la tarifa si quisiera tener un contacto más cercano. Y más suerte, si la puede ver como invitada o con un pase de prensa, nunca más oportuno.
Porque con ellos una la pasa bien. Digan lo que digan los demás, “Casi un gigoló” es una experiencia gratificante. Escrita y dirigida por John Turturro, quien la coprotagoniza con el entrañable Woody Allen, ambos acompañados por la magnífica Sharon Stone, la sexy Sofía Vergara y la misteriosa Vanessa Paradis, la película es una comedia neoyorquina encantadora.
Resulta que Murray (Allen) tiene una vieja librería en un barrio judío, que fue fundada por su abuelo, la continuó su padre, y ahora él tiene que liquidar, en lo que considera el fin de una era. En tanto que Fioravante (Turturro) está casi desempleado, trabaja dos días a la semana en una florería y con eso subsiste. Son amigos y se apoyan mutuamente. Murray comparte un departamento con una mujer afroamericana que tiene varios hijos (no se explica cuál es la relación entre ellos). Fioravante es un solitario de aspecto melancólico. Todos viven en un barrio judío en Nueva York.
En esa situación de dificultad económica e incertidumbre acerca del futuro, a Murray se le ocurre la idea de convertir a su amigo en un acompañante de mujeres maduras. Y para debutar en el oficio, ya tiene una clienta en carpeta. Su dermatóloga (Stone) le acaba de confesar que tiene deseos de experimentar un ménage á trois y que está en la búsqueda del candidato.
Luego de algunas vacilaciones, Fior se deja convencer y acepta el desafío. Entonces Murray, devenido en cafishio de su amigo, concerta la cita y el precio, y también establece los porcentajes a repartir entre ambos.
El éxito de la experiencia los alienta a seguir buscando clientas, entre ellas, una amiga de la doctora (la voluptuosa Vergara), y al parecer, consiguen aumentar sus ingresos apelando al oficio más antiguo del mundo.
Pero... siempre hay un pero, una mujer un poco diferente a las demás los pondrá en aprietos. Se trata de Avigal (Paradis), una viuda de un rabino ortodoxo. Avigal tiene seis hijos, producto de su matrimonio con el religioso difunto, y vive de una manera muy estructurada, siguiendo los cánones de la tradición hasídica. En esta oportunidad, Murray la convence de ponerse en manos de un “sanador”, con el fin de aliviar su estrés, y para ello deberá transformar a su pupilo en un judío recatado especialista en masajes descontracturantes.
El caso es que la viudita es vigilada celosamente por un integrante de la patrulla vecinal (Liev Schreiber), quien la pretende. El vigilante la sigue y se pone a investigar a los rufianes, a quienes acusa ante las autoridades religiosas del barrio.
El inesperado entrometido desencadena una serie de situaciones contradictorias y enredos, hasta que finalmente, la paz parece volver al tranquilo vecindario.
Pero la experiencia dejará sus huellas. Fior quedará tocado emocionalmente por la dulce judía, lo que pondrá en riesgo su “trabajo” y por lo tanto, la sociedad con Murray. Mientras que Avigal, por su parte, comienza un incipiente flirteo con su policía enamorado.
Todo sucede en un clima de comedia picaresca costumbrista, fresca, sencilla y elegante, con una banda sonora muy al estilo de las películas de Allen, más un fuerte componente de ternura, en donde todos los personajes son tratados con cariño y buen gusto.