Casi un gigolo

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Una amistad demasiado particular

Dirigida por John Turturro, la película tiene entre sus protagonistas a Woody Allen. Una trama que plantea tres historias, aunque ninguna provoque un interés particular. Un film con el sello ineludible del cineasta neoyorkino.

Woody Allen como actor y en manos de otro cineasta? ¿Dónde quedaron su ego de siempre y la mirada misógina de los últimos años? Las dos preguntas tienen inmediata respuesta. Allen más de una docena de veces fue dirigido por otros y vale recordar sus interpretaciones en Sueños de un seductor (1972) y El testaferro (1976). Por otra parte, su narcisismo y visión personal sobre la mujer están presentes en Casi un gigoló, ahora en manos de John Turturro, mejor delante de la cámara que detrás de ella. El comienzo parece una película de Allen de la última década: dos amigos, uno consejero y avasallante con la palabra (imaginen quién) y otro tímido y reservado, deciden un particular acuerdo para conseguir dinero fácil.
El cuerpo lo pondrá el segundo, ya que se dedicará a la prostitución, o en todo caso, deberá estar listo para seducir mujeres, y si es posible, participar activamente de un "menâge a trois". Las damas que caerán a los pies del respetuoso Fioravante serán Sharon Stone y Sofía Vergara, exhibidas desde el lente de Allen (perdón, de Turturro), como mujeres–objeto.
Pero la trama presenta otro tema principal y uno más de carácter secundario. Por un lado, la pequeña sociedad podría resquebrajarse cuando Fioravante (Turturro) encuentre el amor de su vida (Vanessa Paradis). Por el otro, la historia insiste con las tradiciones del judaísmo, ideal para que Allen retome chistes y situaciones habituales en su filmografía, en este caso, exhibidas desde las marcas exteriores que propone una comedia de enredos. Por lo tanto, son tres películas en una: aquella donde Allen hace de sí mismo, otra en la que Turturro intenta (con poca suerte) cruzar la comedia con la historia romántica, y una más, inválida en sus resultados, que tiene a Stone y Vergara como protagonistas, encarnando a una pareja dispuesta al "menáge a trois" y mostradas por la película como dos putas de sólida posición económica.
El peor pecado de Casi un gigoló es que ninguna de las bifurcaciones de la trama transmite el suficiente interés. Al contrario, la sensación que da la película es que el director dejó vía libre para que Allen disfrute de este recreo menor donde su personaje, que se declara viejo, vuelva a presentar sus fobias con las mujeres, ahora enmascarado en el rol de actor. Únicamente cuando su personaje (Murray) es secuestrado por unos judíos ortodoxos, el film permite alguna sonrisa complaciente, superficial, sólo eficaz por el rostro de Allen mirando con temor al grupo que tanto conoce y muchas veces expuso en su extensa filmografía. Esos minutos son los destacables de la última película de Allen. Uf, perdón, de Turturro "dirigiendo" a Woody Allen.