Cars 3

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

Pixar regresa con su saga menos carismática, aunque el resultado siempre esté por encima de su rival Dreamworks. Visualmente Cars 3 alcanza la perfección.

Ninguna nueva saga de Pixar le podrá quitar a Toy Story su magnificencia. La trilogía de los juguetes que cobran vida supo plantear tan agudamente el miedo a envejecer porque ella misma se enfrentó a un envejecimiento de 15 años (el lapso que hay entre la primera entrega y la última, y que marca el crecimiento de Andy). Si una película va a problematizar el paso del tiempo, nada más honesto que dejarlo pasar para luego meditar sobre él.

Cars 3 toma prestada esta idea de obsolescencia y la aplica sobre el destino del Rayo McQueen, pero sin sensibilidad ni pertinencia. Sucede que la nostalgia no es el espíritu de Cars, sino la sed de gloria, de ahí que la única forma que tiene el director Brian Fee de reflejar la angustia del paso del tiempo sea mediante la contraposición de tecnologías en los coches que corren. De esto modo, el trastorno del Rayo McQueen no es el envejecimiento: es el rendimiento. La competitividad jamás tendrá la poesía del afán de aceptación que tenían los juguetes abandonados de Toy Story. Lo retro en el guion de Cars 3 no es una necesidad, es un marketing, una reivindicación impostada para estructurar un conflicto entre lo nuevo y lo viejo.

En la película pionera de Cars, el vértigo por la fama sumía en el olvido los antiguos valores. El Rayo McQueen quedaba varado en Radiador Springs para redescubrir la noción de comunidad y respetar la tradición. Luego del extraño paréntesis que fue Cars 2, este conflicto medular se repite en Cars 3: hay autos que están ganando carreras porque incorporan tecnología de punta y la generación a la que pertenece el Rayo se enfrenta al retiro.

La primera mitad de la película dispone de un solo chiste: mostrar lo anticuada que es la técnica de McQueen ante sofisticados simuladores de carreras, medidores de variables y entrenamientos fríos y metódicos.
La crítica que se desprende de esto es un tanto ingenua: no importa cuánta tecnología traigan los nuevos corredores, a estos les falta calle, aprender de la experiencia. La secuencia del bosque en donde al Rayo se le desprende la chapa y pintura del patrocinador es de una torpeza simbólica pocas veces vista en una película de Pixar.

Ya para la segunda mitad, la historia encuentra un giro ingenioso que anula el binomio viejo-nuevo y logra una síntesis, pero a Cars 3 renovar su concepto le lleva un tiempo excesivo, como si desprenderse de la fórmula que glorificó a Toy Story y encontrar la propia fuese una emancipación traumática. Cuando el rumbo de Cars 3 se asoma, la película simplemente termina.