Cars 2

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

Los personajes más reproducidos de la historia de Pixar viajan por el mundo en una carrera de vértigo y de espionaje internacional

Cinco años atrás, la placidez de Radiador Springs funcionaba como alegoría perfecta de un mundo añorado y nostálgico habitado por personajes sobre ruedas de contornos mecánicos y temperamento humano. Lo único que les faltaba a estos prototipos (en el más amplio sentido del término) era superar el aislamiento: sentirse valorados y reconocidos.

En el cierre de Cars, el objetivo se había logrado: Radiador Springs quedaba definitivamente integrada al resto de este mundo animado de vehículos antropomórficos, fruto creativo de las más caras devociones personales del factótum de Pixar, John Lasseter. Esa expansión se amplió al mundo real de un modo bien tangible: año tras año, el merchandising comenzó a crecer en proporciones gigantescas y hoy se citan al respecto cifras globales cercanas a los 8000 millones de dólares, jamás alcanzadas previamente.

Semejante fervor no hace más que abrir las puertas de par en par a la secuela más ambiciosa que pueda imaginarse, capaz de reproducir a la máxima escala el interés por hacer de todas las maneras reproducciones de personajes de apariencia fría, pero con diseños perfectos y un espíritu que se pone a prueba en el contacto con sus pequeños o grandes consumidores.

Por eso, Cars 2 sigue en una perfecta lógica la línea insinuada por el final del primer film y sus ecos fuera de la pantalla: una aventura gigante, llena de vértigo y peripecias, que multiplica a sus personajes (aquí llegan a ser casi 900) y deja atrás (literal y simbólicamente) la quietud de Radiador Springs para zambullirse en el ruido propio de las carreras de Fórmula 1. Lasseter cambia el freno por el acelerador, lleva a fondo su entusiasta apego por el mundo automotriz y le agrega -para reforzar todavía más ese ímpetu- la sofisticación de las historias de espías (de James Bond a El agente de Cipol ) que tanto parece haber disfrutado de niño.

El resultado es un relato sin pausas, sin dudas el más ambicioso y estridente de toda la fecunda historia de Pixar. Con un extenso metraje y varias historias superpuestas: las andanzas de Rayo McQueen en un Grand Prix mundial con escalas en Tokio, París, la Riviera italiana y Londres, un complicado vínculo lleno de equívocos con la bonachona grúa Mate (verdadera estrella del film), el involucramiento de ésta en un caso de intriga internacional ligado al uso del petróleo y el film de espías propiamente dicho, con predominio de elegantes referencias británicas. Tal vez demasiado para construir una historia tan plena, sensible, profunda y poética como las que nos tiene acostumbrados Pixar en los últimos años ( Ratatouille , Wall-E , Up! ). Con todo, hay elementos de sobra en Cars 2 para entretenerse, regocijarse y asombrarse: un espléndido prólogo digno de un film de 007, la elegante y sensible reproducción de las calles de Tokio, una formidable secuencia de carrera en la ficticia Porto Corsa e increíbles planos generales. Aun en sus títulos menos acabados, Pixar siempre es capaz de superarse a sí misma.