Carol

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

La reja dorada

El director Todd Haynes se caracteriza por sus retratos íntimos y críticos, donde posa la mirada en historias amorosas no convencionales, que le permiten observar el contexto histórico y social refractario a todo lo que supere su propio modelo prefabricado.
El amor entre dos mujeres en los años cincuenta era un escándalo impensable como tema de un libro o una película, lo que explica en su momento la publicación con pseudónimo y otro título (“El precio de la sal”) de la novela de Patricia Highsmith, y que a pesar de su enorme repercusión no fue reeditada hasta cerca de los noventa.
La narración de la película —con mucho desplazamiento de cámara y talentosa profundidad de campo- está estructurada con una introducción que presenta a las protagonistas sentadas en la mesa de un bar, en una charla que es interrumpida, seguida de un largo flashback, después del cual esa escena inicial —que se retoma- queda resignificada.
Los créditos iniciales de la película aparecen sobre el fondo de una sofisticada reja, tramada como una joya nouveax, donde las palabras animadas permanecen un rato hasta que la cámara sigue subiendo y nos traslada desde un subsuelo al nivel del piso, para arrojarse seguidamente al ajetreo de las calles neoyorkinas en vísperas de Navidad. Ese arranque desde una reja dorada no es una simple decisión estética sino toda una síntesis anticipatoria del contexto de férreas limitaciones camufladas primorosamente y los esfuerzos de las protagonistas por trascenderlas.
Carol y Therese
“Carol” como título resulta paradójico, dado que el relato está llevado por el punto de vista de Therese (Rooney Mara) desde el primer momento que descubre entre la gente que entra a la supertienda de Manhattan, donde ella vende juguetes, a la sofisticada y elegante Carol (Cate Blanchett), con quien rápidamente establece una relación que pasa por las etapas del deslumbramiento y la idealización.
Mara posee algo de la Audrey Hepburn de los sesenta, una mezcla infrecuente de ingenuidad, sensibilidad y audacia. Trabaja a pesar suyo en una cadena de jugueterías pero su vocación es la fotografía artística. No tiene amigas sino un pretendiente insistente que quiere casarse con ella, sin reciprocidad. Carol, por su parte, está rodeada de riqueza pero aprisionada en un matrimonio desdichado.
Opuestas, complementarias y coincidentes en la infelicidad presente, ambas se descubren y valoran. Cada detalle de este proceso está trabajado aprovechando cada milímetro del cuerpo para expresar los sentimientos: es una película de gestos, miradas y cuerpos. La tensión erótica está sostenida y contenida durante todo el film, y también llega a momentos de expansión. Tan sensible como elegante, apasionada, pudorosa, romántica y distante, la película transmite sexualidad y romanticismo intenso.
Sutileza y verdad
La fotografía de Ed Lachman hace un significativo uso del color que evoca el technicolor de los cincuenta y abunda en planos reflejados en espejos y notables retratos heredados del manierismo de Douglas Sirk, un realizador bisagra entre lo puramente clásico y lo rotundamente moderno. El haber sido filmada en súper 16 mm le otorga una textura y dimensión estética muy particular, acentúa el intimismo y permite una experiencia óptica muy profunda. Es un placer sumergirse en deliciosas atmósferas con un patinado de colores cálidos, rojos, rosas y verdes entremezclados con sombras en tomas influenciadas por el pintor de New York, Edward Hopper (1882-1967). Otra influencia presente es la fotografía de Vivian Maier, que fue una importante fuente de inspiración para el vesturario y la ambientacion.
Las bellas melodías de Carter Burwell se suman acompañando y elevando la calidad emocional de la historia. El guión que aborda una de las mas líricas, íntimas y diferentes novelas de Highsmith, justifica ampliamente la nominación al Oscar de Phyllis Nagy, quien conduce el libreto con hondo calado y una inteligente sutileza, que no va detrás del sentimentalismo ni la lágrima fácil pero deja un nudo en la garganta. En todo momento busca una intención de verdad y esa búsqueda (esa intención) lo vuelven más profundo.