Carlos

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Carlos: vida de un terrorista atípico

Qué fácil era antes. El 21 de diciembre de 1975, a la conferencia mundial de la Organización de Países Exportadores de Petróleo en Viena, llegaron directamente en tranvía siete sujetos de armas tomar. Así nomás, en tranvía. Con armas. Entraron como si tal cosa hasta la sencilla sala de reuniones donde estaban los ministros de los diversos países miembros. E hicieron desastre. La policía era muy poca, incluso la especializada que vino después. No es que estemos viendo una producción pobre, que simplifica la escenografía y la cantidad de extras por una simple cuestión económica. Es que ocurrió así, antes todo era más sencillo.

También parecían sencillas las opciones, y para algunos todavía lo son. De un lado, los cerdos burgueses y los pequeñoburgueses. Del otro, los revolucionarios decididos a «la lucha armada». La película observa las falacias de todo esto. Y lo hace a través de un personaje emblemático: Illich Ramírez Sánchez, alias Carlos El Chacal, playboy venezolano que definía a las armas como una extensión de su cuerpo y coqueteaba con psicópatas e intrigantes de los servicios árabes y palestinos, magnificado por la prensa occidental que le atribuyó más atentados de los que realmente hizo (encima varios de los que hizo le salieron mal, pero él siguió cultivando su imagen).

La obra lo sigue desde sus primeras andanzas hasta que sus protectores le soltaron la mano. Mujeres, pasaportes, viajes, campos de entrenamiento, charlas con tipos poco confiables en oficinas escondidas, atentados, asesinatos de pobres incautos, movimiento de dinero, el episodio de Viena, fugas, escondites, negociaciones, dolce far niente y el paso del tiempo, que cambia las pautas de la gran política y la valoración de los «combatientes del pueblo».

Todo eso está en la película, expuesto con nervio y agilidad, aunque, lógicamente, algún público puede marearse con los sucesivos datos que les ofrece. Debería agradecer que está viendo la versión corta, de «apenas» de 165 minutos. La versión larga es de 330, pero ambas fueron hechas por el mismo director, Olivier Assayas, y francamente la corta es mejor, sobre todo en su último tercio.

Destacable, la buena actuación del también venezolano Edgar Ramírez, tanto en las escenas de juventud como en las de «retiro», donde debe aparecer abotagado por el poco «ejercicio». Y para recordar, en 1997 el auténtico Carlos fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de tres personas en 1975, sentencia que hoy cumple en una prisión de Francia, donde las cadenas perpetuas se cumplen a perpetuidad. Qué fácil tendría que ser eso acá también.