Carlos

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

La otra cara de la revolución

Los años 70 fueron una época de gran agitación en el mundo. La Guerra Fría estaba en su apogeo; la producción artística e intelectual se mezclaba con la política de acción directa; las luchas de los movimientos de liberación de “los condenados de la Tierra” (por citar al célebre libro de Franz Fannon) se mezclaban de manera no demasiado ordenada con la puja entre los dos grandes bloques.

Sólo en ese contexto podían mezclarse la lucha antisistema de los jóvenes alemanes con el combate antisionista de los grupos palestinos y la inspiración de los revolucionarios latinoamericanos. Y también fue el espacio donde se cruzaban verdaderos militantes (llevados a la lucha armada por sus ideales) con fríos asesinos; a veces convirtiéndose los primeros en segundos, sin saber bien en qué momento cruzaron la línea.

El hombre

Olivier Assayas se puso al frente de una reconstrucción de la vida de Illich Ramírez Sánchez, el venezolano conocido como “Carlos” o “El Chacal”, desde su primera acción conocida (el intento de asesinato, el 30 de diciembre de 1973, de Joseph Edward Sieff, dueño de las tiendas Marks & Spencer) hasta su captura en Jartum, Sudán, el 15 de agosto de 1994. Su idea de que la batalla contra las dictaduras en Latinoamérica no tenía sentido, y que había que luchar contra el capitalismo (y el sionismo) en el plano internacional lo llevaron a convertirse en un agente del ala de “Operaciones Externas” del Frente Popular para la Liberación de Palestina (Fplp), a su vez una díscola organización incluida bajo el paraguas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Alcanzaría la cumbre de su fama mundial tras su incursión en la sede oficial de Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep) en Viena el 21 de diciembre de 1975, causando la muerte de tres personas y tomando a 42 rehenes, fuga aérea incluida, aunque sin poder concretar los objetivos principales de la misión (eliminar a los representantes de Arabia Saudita e Irán).

Adaptación

Originalmente este trabajo era una miniserie producida por el francés Canal Plus, aunque llegó a estrenarse en ese formato en Estados Unidos (donde compitió en los Globos de Oro). De esa versión de 333 minutos se extrajo la de 165 minutos que se exhibe en salas cinematográficas.

Aunque seguramente se pierdan cosas en el camino, el montaje de menos de tres horas muestra pocas fisuras, quizás pasando muy por arriba los últimos años (el asalto a la Opep ocupa una buena parte del metraje, por su parte). Se sabe que en el cine el texto espectacular se define en la mesa de edición, y este producto pasa la prueba con buenas calificaciones.

Desde la puesta, la cámara en mano y la fotografía naturalista suman color documental a la obra, aportando la intensidad y el movimiento a cada momento.

Paradigmas

Uno de los grandes valores de esta película es la pintura de época y de personajes, apoyados en grandes actuaciones. Edgar Ramírez compone a un Carlos que no es ni el monstruo que de él se quiso hacer ni el guerrillero romántico que él mismo se consideró; más bien, termina deviniendo en una especie de mercenario revolucionario.

El mapa podría completarse con dos de sus compañeros en la operación de Viena: Hans-Joachim Klein (“Angie”, en la piel de Christoph Bach) es el militante devenido combatiente, el que puede decir “yo no me metí en la lucha armada para esto”; Gabriele Kröcher-Tiedemann (“Nada”, interpretada por una temible Julia Hummer) es la asesina sanguinaria, “la espada sin cabeza”, para usar una frase remanida.

Entre los tres simbolizan una era compleja, donde los extremos se tocaron y convivieron. Ahmad Kaabour como Wadi Haddad (el líder del Fplp), Alexander Scheer como Johannes Weinrich (el último “socio” de Carlos) y Nora von Waldstätten como Magdalena Kopp (otra combatiente alemana devenida en su mujer) se lucen y aportan complejidad a la historia.

“Carlos”, el filme, muestra en definitiva la contracara de la época romántica que celebró Ismael Serrano en “Papá cuéntame otra vez”, un tiempo que pudo ser las dos cosas al mismo tiempo, donde la promesa de hacer el paraíso en la Tierra recayó muchas veces en aventureros, psicópatas y oportunistas. Pero (en la historia y en la pantalla) el Muro termina por caer, y el mundo entra en una era distinta, no necesariamente mejor. Una era en la que personajes como Illich Ramírez Sánchez se convirtieron en mitos: odiados u admirados, pero parte definitiva del pasado.