Carlos

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Un vertiginoso retrato de dos décadas en la vida del terrorista venezolano Ilich Ramírez

Concebida en principio como miniserie televisiva (tres episodios de 330 minutos en total), Carlos alcanza su estreno local en una versión más reducida (algo menos de tres horas) que contó con el aval de su director, el francés Olivier Assayas. Se trata de un potente y vertiginoso retrato de dos décadas (1974-1994) en la vida del célebre terrorista venezolano Ilich Ramírez, más conocido en los medios como Carlos, El Chacal.

El talentoso realizador de Irma Vep , Clean y Las horas del verano reconstruye las múltiples, contradictorias facetas de Carlos. Por un lado, su asociación -siempre en nombre de la revolución y de los oprimidos- con grupos vinculados a las peores dictaduras de Medio Oriente o su sangre fría para concretar atentados en lugares públicos con víctimas inocentes; y, por otro, su audacia, su valentía, su inteligencia, su carisma o su poder de seducción. En ciertos pasajes, el Carlos que interpreta con enorme magnetismo y convicción el también venezolano Edgar Ramírez (gran descubrimiento de Assayas, quien lo ha convertido en una figura de alcance internacional) se asemeja a una estrella de rock, una arrasadora máquina sexual y héroe de acción.

Quienes crean que, por su origen televisivo, Carlos puede encontrar ciertas limitaciones narrativas, hay que aclarar que fue construida a puro pulso cinematográfico, aprovechando todas las posibilidades visuales de la pantalla ancha (scope) y con un uso de la banda sonora (Wire, New Order) que remite a los primeros films de Martin Scorsese en su forma de describir la atmósfera y la adrenalina de la época.

Héroe o villano, mito revolucionario o despiadado mercenario (Assayas no lo glorifica, pero tampoco se empeña en condenarlo de manera explícita), Carlos resulta un personaje que, desde lo cinematográfico, resulta fascinante por su imponencia física, su tensión erótica, mientras que la película en sí propone una mirada cautivante y alucinatoria sobre la generación del 68, con su carga de idealismo e ingenuidad, pero también de traiciones cruzadas (a partir de los múltiples tentáculos de la extrema izquierda vinculada al terrorismo internacional) que terminaron enterrando tantos genuinos y bienintencionados sueños de cambio.