Carlos

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Revolution Rock.

El terrorista más buscado en los años setenta y ochenta llega al cine dieciséis años después de su detención por los servicios secretos franceses en Sudán. Carlos es el símbolo de una época bisagra. El personaje, tal como lo muestra Assayas, es una marioneta animada por las turbulencias de su tiempo, un mercenario barrido por la voluntad del viento geopolítico entre Francia, Alemania, Hungría, Libia, Argelia, Irak y Yemen, que deja de existir luego de la caída del muro de Berlín. En la tensa primera hora de película, Carlos está filmado como una estrella de rock, con bellas groupies y grandes fusiles. El director juega con la extraña relación entre el terrorismo revolucionario y el rock, entre el narcisismo del enemigo público número uno y el de la estrella que viene a pervertir a las chicas de familia. Édgar Ramírez se presta al juego de manera prodigiosa. Su físico cambiante y su sonrisa infantil que pueden dar paso a una frialdad aterradora, subyugan tanto a sus socios en la pantalla como al espectador hipnotizado en la butaca.

El relato comienza cuando el joven militante ya hizo sus primeras armas en las filas palestinas, durante la expulsión de la OLP de Jordania. Carlos se presenta armado, asumiendo que debe matar, quitándose los escrúpulos pequeño-burgueses con los que los partidarios de la guerra revolucionaria acusaban a los reformistas. Estas primeras secuencias conducen rápidamente a la sección central de la película: la toma como rehenes de los ministros de la OPEP en Viena, en 1975. Los hechos se describen con una agudeza histórica y política de precisión quirúrgica, desde la génesis del operativo, pasando por cada detalle de su salvaje ejecución, hasta el asesinato de un delegado libio que priva al grupo que dirige Carlos del apoyo oficial. Assayas se toma el tiempo necesario para mostrar la violencia y la vanidad de cada acción. La operación es un semi fracaso y representa el punto de quiebre en la trayectoria del protagonista. Carlos todavía seduce en el final de la película, pero el espectáculo de su seducción se vuelve vacío.

El itinerario de un hombre cuyas convicciones revolucionarias son indeterminadas y fluctuantes conforma el flujo principal que atraviesa toda la película. En el hueco de este retrato se dibuja el fracaso de las ideologías revolucionarias para revertir el imperialismo capitalista. Desde el momento en que aceptan en su propio seno la idea de la corrupción por el dinero, las organizaciones comienzan a ser manejadas por los poderes políticos y devienen simples mercenarios a sueldo del enemigo al que pretendían combatir. El segmento consagrado a la toma de rehenes es ejemplar en este sentido, porque la supuesta lucha para la liberación de Palestina encubre una operación mercantil para hacer subir el precio del petróleo. La película describe los últimos sobresaltos revolucionarios a través de la figura de Carlos, un héroe pragmático y sanguinario, cuyos objetivos individuales y orgullo personal están por encima del furioso idealismo.

Género y vanguardia. Olivier Assayas forma parte de la segunda generación de directores franceses provenientes de la crítica de Cahiers du Cinema. Luego del éxito de sus primeras películas de autor, el director arriesga un giro sorprendente con Demonlover, una extraña historia de espionaje industrial en el universo inestable de las multinacionales. Con Boarding Gate, el director francés sube la apuesta y ataca de manera franca temas muy modernos e internacionales en los que la noción misma de frontera parece borrosa y evanescente. Carlos cierra este círculo bajo la forma de una película de género, mezcla de biopic y film de espionaje. Assayas se apodera de Carlos como un personaje familiar, no muy alejado de la traficante que navegaba entre París y Hong Kong en Boarding Gate. Carlos se desliza entre naciones, lenguas y mujeres, forjando su destino. Desde este punto de vista, Carlos es el personaje más logrado de la vena contemporánea e internacional del cine de Assayas, una suerte de resumen vivo de su inquebrantable deseo de movimiento.

Assayas es un cineasta del ritmo. En Carlos, el tiempo se precipita, un plano puede presentar a un personaje y ponerlo al mismo tiempo en acción con una eficaz economía de medios. La película oscila entre vibrantes aceleraciones y momentos de calma, cadencia calcada sobre Édgar Ramírez, un metrónomo cuya fuerza de persuasión permite que la película encuentre su equilibrio. La gran fluidez del desarrollo narrativo se apoya en un gesto artístico soberano: la utilización de verdaderas imágenes de archivo que se substituyen de a poco por simulacros de imágenes de actualidad de la época, creando ficción como refugio para las sombras de la Historia. Varias películas de Assayas describen flujos de personajes, dinero, información y lenguas. El recorrido de Carlos encuentra un punto de anclaje para esta temática en el tejido mismo de su puesta en escena, en los planos secuencia y sobre todo en la utilización ejemplar de los raccords en el plano. El tránsito de los protagonistas, de los extras y de los objetos producen a cada momento el efecto motriz de la acción y traducen el sentimiento urgente de un relato donde las fronteras son móviles, donde las alianzas se hacen y se deshacen y donde el margen de maniobra puede reducirse al extremo con un guiño de ojo.

La mini serie. Así como Carlos no se conforma con un sólo pasaporte ni un único rostro, la película de Assayas también tiene dos versiones. La que se estrena en los cines es una versión reducida de la extraordinaria miniserie de tres capítulos que se presentó en Cannes el año pasado y que se emite este mes por TV5. Se trata de un corte realizado por el mismo director para ajustar la película a los cánones de exhibición de las salas de cine. Contra todos los prejuicios, la versión recortada no es más débil que la otra. Algunos acontecimientos se conectan de manera inmediata con elipsis abiertas, pero la acción se concentra al eludir explicaciones.

El recorrido del idealismo al renunciamiento es la columna vertebral trágica de la mini serie. La película suprime varios detalles novelescos y el personaje es un poco más mecánico en sus motivaciones. Assayas es consciente de haber rozado la perfección con el segmento central de la toma de rehenes y por eso lo conserva en su integralidad para la película. La versión larga cubre momentos de la infancia de Carlos que se pierden con el nuevo montaje del primer episodio, pero la película gana al estrecharse aún más la historia alrededor de la figura protagónica. No ocurre lo mismo con las elipsis causadas por los cortes en el último episodio, que dejan de lado la interesante pintura de los compromisos entre Carlos, sus amigos de las células revolucionarias alemanas y los servicios secretos del bloque del Este. La mini serie expresa la medida geopolítica de la actividad de Carlos a través de camaradería con Johannes Weinrich, un intelectual convertido en terrorista. Por su parte, la vida en común con Magdalena Kopp, que en la película queda reducida a la mínima expresión, ofrece una última pincelada al retrato de un machista ordinario. Quizá porque la versión que se estrena es la destinada a viajar por el mundo, también desaparecen los atentados cometidos en Francia que detalla la mini serie. De todas maneras, la película original es lo bastante vigorosa y excepcional como para soportar todos estos cortes. Al fin y al cabo, las principales virtudes permanecen inalterables. Las dos versiones son vertiginosas en su despliegue, enérgicas en su puesta en escena y libres en el tratamiento de la Historia.