Capitana Marvel

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Lo anodino no quita lo soporífero

Y una vez más estamos frente a un típico producto de superhéroes en el que no sólo se repite la misma fórmula demacrada y aburrida de siempre sino que además está ausente cualquier tipo de paciencia narrativa/ dramática porque la única idea de fondo de estos tanques contemporáneos -craneados desde criterios bien despersonalizadores, cercanos a lo global multitarget- es saturar cada una de las películas de la insoportable cadena en cuestión con un discurso heroico hipócrita imperialista, chistecitos lelos de cotillón, escenas de acción interminables, protagonistas unidimensionales, 20 secuencias post créditos, un tono belicista/ militarista, un desarrollo de personajes que brilla por su ausencia, una constante apelación a la soberbia como una única forma de relacionarse con los semejantes, y un conservadurismo formal muy ajado que ensalza las aventuras tracción a toneladas de CGI.

Se supone que el plan por detrás de Capitana Marvel (Captain Marvel, 2019) era tratar de segmentar un poco el público cautivo de turno, léase esas legiones de autómatas con sus cerebros entumecidos/ lavados luego de décadas de bombardeo publicitario ad infinitum, con vistas a construir un mamotreto que apunte ligeramente al enclave femenino, no obstante una vez más los tristes jerarcas de marketing que controlan los grandes estudios de nuestros días, los que por cada film yanqui basado en cómics dejan de hacer diez que podrían multiplicar una diversidad hoy por hoy casi desaparecida en el mainstream mega pomposo, terminan entregando la misma catarata de estereotipos y los mismos recursos quemados varios con los que vienen adormeciendo al público no infantilizado que se ríe de los que se ríen con las bromitas de estudiantina capada de estas películas anodinas actuales.

Ahora la protagonista, interpretada por una Brie Larson desaprovechada y volcada en un cien por ciento a lo marimacho, es la encargada de transformarse en un hombre con vagina para seguir pateando traseros a lo largo y ancho de todas las galaxias conocidas y por conocer: la excusa es un motor superpoderoso que supuestamente está a punto de caer en manos de una raza/ grupo terrorista de metamorfos bien feos que amenazan la paz de los buenos caucásicos estándar. Para colmo la película echa mano de clichés complementarios como la amnesia de la heroína (en el comienzo ya tiene su poder, aparentemente unas ráfagas de fuego/ magnetismo/ “qué sé yo” que salen de sus puños, pero no recuerda su identidad) y el ardid de situar la acción en tiempo pasado reciente (la década del 90 es la elegida y da lugar -una vez más dentro del formato- a una nostalgia bobalicona higiénica).

Sinceramente lo único bueno de esta propuesta dirigida por el matrimonio compuesto por Anna Boden y Ryan Fleck, y escrita por los susodichos y Geneva Robertson-Dworet, se reduce a la presencia de Ben Mendelsohn y Annette Bening en el elenco, sobre todo teniendo presente que el primero aporta el único personaje con una mínima progresión dramática detrás, Talos, quien resulta ser el líder de los villanos en una trama en la que la gran “sorpresa” se ve venir kilómetros a la distancia vía el mecanismo de intercambiar bandos, haciendo que los buenos sean malos y los malos buenos a mitad del metraje. Más allá de este detalle, el cual por momentos parece acercarse a un retrato muy en tentativas de los refugiados que pululan en todo el planeta cortesía del capitalismo especulador, fascista y hambreador, lo cierto es que el film es otra realización soporífera y olvidable al extremo que celebra el “glorioso” gobierno policial estadounidense y en la que nada es real porque la pose hueca ampulosa lo domina absolutamente todo, basta con decir que hasta el felino mascota de turno, Goose, es de CGI principalmente porque Larson es alérgica a los gatos…