Canciones de amor

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

No por mucho cantar se llega a Cherburgo

Esta es la historia de Ismael, Julie, Alice (a dúo o los tres juntos, lo que «es incómodo para dormir», según dice una de las chicas), y también la historia íntima de Ismael y Erwann. Estos dos tienen a cargo la única escena de sexo que vemos en toda la obra, lo demás es solo hablado o canturreado. Entre medio, una de las chicas muere repentinamente, lo que hunde al protagonista en inmensa tristeza, de la cual saldrá, por supuesto, gracias a un nuevo amor.

Mientras, el autor «saludará» a sus propios amores: la imagen de los jóvenes de clase media que cultivó la Nouvelle Vague, medio pedantes, frívolos, sin exigencias laborales ni siquiera en sus lugares de trabajo, el Paris invernal ajeno a los turistas y lugares turísticos, y algunos tesoros de la mencionada Nouvelle.

Uno de ellos, el personaje de Antoine Doinel creado por Francois Truffaut para Jean-Pierre Leaud. Hay cierto parecido entre esa criatura y el Ismael que hizo Christophe Honoré para Louis Garrel, solo que aquel pícaro causaba cierta simpatía, y éste parece un gandul inmaduro y egocéntrico con cara de vampiro suplente de «Crepúsculo». Otro tesoro fácil de advertir es el clásico de Jacques Demy «Los paraguas de Cherburgo» (claro, inspirarse en algo no necesariamente significa alcanzarlo, ni acompañarlo).

«Canciones de amor» se divide en tres capítulos: «La partida», «La ausencia», «El regreso», precisamente los mismos títulos que dividían a «Los paraguas...», usados con otro sentido. En cada capítulo, nuestros personajes dialogan a través de canciones, un recurso novedoso y llevado al extremo en la primera, y solo circunstancial en la que vemos (se entiende, una cosa era el compositor Michel Legrand en su mejor etapa, y otra es hoy Alex Beaupain aunque esté en su mejor etapa).

Hay también una escena en común, el momento de la confesión a la madre. Pero que causa una gracia enternecedora en «Los paraguas...», cuando la nena de 15 confiesa su embarazo, y una gracia corrosiva en «Canciones...» cuando la joven de 28 detalla sus nuevos hábitos sexuales y la vieja, pasado el susto, sabe percibir el drama de la pareja detrás de la pose.

Por supuesto, la obra es mucho más que esos guiños y andaduras, y el modo en que Honoré hace más compleja y «actualizada» su historia de amor francés lo coloca entre los nuevos artistas venerados de diversos círculos, muchos de ellos concéntricos a los «Cahiers du Cinemá» de donde él surgió hace ya un tiempo. Fuera de eso hay que decir también, con todas las letras, el nombre de otro inspirador que nadie menciona y «Cahiers...» maldice: el viejo romántico Claude Lelouch, evidente modelo para la escena de la muerte inesperada, que es una de las mejores de toda la película. «Delta Charlie Delta» se llama el tema de esa parte.

Del resto, vale mencionar los que en solitario entonan Chiara Mastroianni («Au parc», ella es la cuñada voluntariosa e inoportuna) y Ludivine Segnier («Si tard», hacia el final, como un fantasma), «Je naime que toi», a cargo del trío de amantes por las calles de Paris, y una estrofa de «La Bastilla» interpretada por el veterano Jean-Marie Winting con un ritmo entusiasta propio de otra película. Beaupain, autor/a de todos los temas, aparece tipo cameo haciendo la canción «Brooklyn Bridge». No parece mala.