Café Society

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Película de milagros sutiles

Café Society, película de milagros sutiles, es uno de esos logros gigantes que parecen fáciles: un film que simula narrar y profundizar en sus personajes como si meramente respirara; en realidad juega a simular porque sabe jugar, porque el juego lo dirige un sabio que aprendió mientras hacía, e hizo mucho.

Otra vez en el cine y en el cine de Woody Allen, con una introducción que nos ubica en el Hollywood de los años treinta, década amada por el responsable de este entretenimiento sofisticado. Conocemos al protagonista, Bobby (Jesse Eisenberg), el principiante que entra a un mundo cuyas reglas desconoce, que tiene que surfear las diferencias de clase y de costa dentro de la misma familia. Películas y personajes anteriores de Allen se nos aparecen como estructuras familiares, como obsesiones, casi como retazos de sueños. La relación entre el arte y la mafia, como en Disparos sobre Broadway; la promesa de felicidad del amor que puede escurrirse, como en Manhattan; la vivacidad de la Annie Hall de Diane Keaton recuperada en la Vonnie de Kristen Stewart, y las diferencias entre Los Ángeles y Nueva York, y la eterna elección de Allen por una de las costas.

Están las marcas del cine de Allen -afortunadamente no está el desdén moral y cinematográfico del período londinense-, están los diálogos, el humor; están las dudas, y está el gris de los motivos para hacer, para decir, para tomar decisiones, como en sus películas más grandes, como Crímenes y pecados. Todos tienen sus razones, el joven que llega para hacer carrera en Hollywood y se enamora, su tío el gran agente (Steve Carell), su hermano el mafioso, la propia Vonnie. Hay ocultamientos que no suenan forzados, y que revelar aquí sería atentar contra el disfrute de la película. Y el disfrute de Café Society es de esos placeres que se hacen cada vez más raros: una comedia agridulce que fluye con constante interés sin necesidad de forzar resoluciones o de ponerse terminante o maniquea. Una película en cuyos personajes creemos, incluso en aquellos más cercanos a la caricatura -el cuñado intelectual de izquierda, los mafiosos-, porque manejan deseos, inseguridades, tienen personalidades. Son personajes que interactúan entre ellos y no se recortan contra algún concepto de remake, revival o diseño de marketing. Comedia sobre Hollywood, comedia romántica, comedia sobre la finitud de la vida, comedia sobre las oportunidades, comedia de diferencias de clase y de religiones. Y también sobre la imposibilidad de la comedia y las comedias, sobre el arte y su relación con el espectáculo y la moda. Además, Café Society es una demostración esplendorosa del manejo de la luz para embellecer, y que constituye la primera colaboración entre Allen y Vittorio Storaro. Y como si todo esto fuera poco, el elenco completo debería ganar todos los premios de ensamble actoral del año. Kristen Stewart -su fotogenia debería estar asegurada en una suma astronómica- brilla y demuestra, como lo hace desde hace años, que es una actriz descomunal, que puede combinar malicia, seducción y frescura, como ya lo hizo en Adventureland. Y de yapa tenemos a los dos personajes secundarios más encantadores del año: Rad Taylor (Parker Posey) y Steve (Paul Schneider). Café Society no es una película de ruptura, sino pura tradición, personal e histórica, una gran película que no busca imponerse, quizá porque está llena de seguridades y sabiduría para poner en escena dudas, decisiones, errores y aprendizajes.