Cae la noche en Bucarest

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

En su tercer film el joven y prometedor realizador rumano Corneliu Porumboiu, luego de dos films celebrados mundialmente por crítica y público como Bucarest 12:08 y Policía Adjetivo, lleva a cabo lo que muchos directores consagrados realizan recién promediando su carrera, casi como una carta de despedida; un film manifiesto de amor al cine en donde a través de un alter ego exponga todas sus teorías, amores y odios al séptimo arte.
Hablemos de un 8 ½, un Viaje al Principio del mundo, un Medianoche en París, o un Madadayo; eso es Cae la noche en Bucarest, una postura cinematográfica en primera persona. 89 minutos; 17 largos planos secuencias; dos personajes principales y unos poquísimos secundarios; muchos, riquísimos y fructuosos diálogos sobre el cine, el proceso creativo, y otras yerbas.
Todo esto, y nada más que esto, es lo que compone un film que sí, gusta de ser “sólo para entendidos”. El alter ego de Porumboiu es Paul (Bogdan Dumitrache), un director a punto de terminar el rodaje de su próxima película; un hombre que se nota, ama los clásicos, habla y piensa en cine, analiza todo detalladamente, y siente las películas (principalmente las suyas) en el cuerpo.
Paul se reúne con una actriz secundaria, Alina (Diana Avramut) con la que poco a poco se va afianzando en una relación amorosa; pero Paul quiere filmar con ella una escena de desnudo, mientras que ella lo cuestiona, quiere saber si realmente es necesario.
Entonces, recrean guión en mano una y otra y otra vez la escena, Alina la quiere modificar porque no cree que sea natural que su personaje aparezca desnudo si solamente tiene que escuchar una conversación entre otros dos personajes; Paul hace todo lo posible por mantener su idea original.
Mientras tanto, las horas van pasando, el rodaje definitivo se aproxima, y Paul empieza a sentir dolores estomacales, él jura que es una úlcera por más que los diagnósticos digan que no es tal ¿Cómo llegará Paul al final de su película?
Porumboriu no se priva de poner en boca de su protagonista todo tipo de alusiones y teorías, las más claras al cine de Michelangelo Antonioni, pero también una suerte de soliloquio a bordo de un viaje incierto en el que plantea la disyuntiva entre fílmico y digital, la muerte del fílmico ¿cómo evitarla?; sobre la relación del director con el resto del equipo de filmación; y otros temas como ser la comida étnica.
Claramente el rumano plantea su film más personal, pero en ese juego de planos precisos, estructurados y preciosista en donde cada detalle se nota regulado y centrado como si fuese una puesta en escena teatral y milimétrica; puede dejar afuera al espectador.
"Cae la noche en Bucarest" no tiene una estructura de relato regular, se maneja como si cada plano fuese una viñeta, hasta hay citas e intertextos; por lo cual, se sobrentiende, no se puede esperarse ni algo remotamente cercano a lo que llamamos ya no vértigo sino ritmo. Casi no hay música, abundan varios tramos directamente sin sonido alguno, para que el espectador preste atención al detalle ¿pero es capaz el espectador de prestar atención a todo lo más minúsculo que sucede y se dice?
Por momentos, Porumboiu pareciera desafiar, querer llevar las cosas al extremo, como hizo oportunamente Lars Von Trier y los otros cultores de aquel experimento llamado Dogma. Se juega al naturalismo extremo, tomas amplias, abarcativas, poco uso de luz artificial (salvo en esas nocturnas, claro está), un uso del elipsis singular.
Desde que el cine es cine existe la disyuntiva sobre si existe o no el mal llamado “Cine Arte”, probablemente esta sea una categorización falsa e inexistente, todo es arte subjetivamente. Pero sí pareciera existir un cine que los mismos realizadores parecieran jugar para una elite, con referencias y guiños “para entendidos”; algo que, por supuesto, es totalmente válido, pero el espectador debe ir prevenido.
Porumboiu tendrá mucho más para entregar en su promisoria carrera; pero quizás previniendo, quizás entrando en la neurosis con toques hipocondríacas de su Paul, ya deja públicamente su testamento cinematográfico. Estos son mis gustos, mis fobias, mis pensamientos, y mis ideas; el legado puede seguir creciendo, pero el rumbo parece ya estar establecido para el espectador será cuestión de tomarlo o dejarlo.