Cacería macabra

Crítica de Diego Batlle - La Nación

El concepto de un grupo de personajes encerrado en una casona que resiste aterrorizado frente a una amenaza (ya sea humana o sobrenatural) no es precisamente novedoso dentro del género de terror. De hecho, este año varios estrenos norteamericanos abusaron de esa premisa, aunque -hay que admitirlo- con buenos resultados artísticos (La cabaña del terror, Posesión infernal, El conjuro y la inminente La noche de la expiación).

Más allá de la inevitable repetición de algunas situaciones y conflictos, la fórmula también sigue dando sus frutos económicos (todos los títulos citados fueron de bajos presupuestos y notables recaudaciones) y, en ese sentido, esta película del muy joven y prolífico director Adam Wingard resulta otro más que digno exponente de ese horror sangriento que tiene como eje la paranoia de la burguesía (hay aquí un lejano parentesco con el cine de Michael Haneke).

Un veterano matrimonio de muy buen pasar (él se acaba de jubilar y ella está medicada para sobrellevar diversos trastornos psicológicos) reúne a sus cuatro hijos (con sus respectivas parejas) en una casona que acaba de adquirir para celebrar los 35 años que llevan juntos. Las miserias, resentimientos y tensiones entre los hermanos de esa disfuncional familia no tardarán en aparecer.

La vieja mansión está llena de ruidos, pero lo que en principio parece "otra de fenómenos paranormales" se convierte en algo bastante más terrenal. Los protagonistas son atacados (con ballestas, hachas, cuchillos) por misteriosos hombres disfrazados con cabezas de animales. La carnicería, por supuesto, será terrible (hay un espíritu gore pletórico de excesos que remite a los primeros films de Peter Jackson y Sam Raimi) y, en ese contexto, surgirá la figura de Erin, novia de uno de los muchachos. Interpretada por la desconocida actriz australiana Sharni Vinson, esta joven de armas tomar resulta la gran heroína (y principal revelación) de una película que no se destacará por su innovación, pero que constituye un sólido producto que ratifica eso de que no hace faltan muchos recursos cuando hay buenas ideas y convicción para concebir una película eficaz.