Brightburn: hijo de la oscuridad

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Un bebé del espacio

Brightburn (2019) es la película que el entramado hollywoodense promocionaba como una versión en clave de horror de Superman y en esencia -sólo a nivel descriptivo- es eso: el producto en su derrotero formal acumula tantos éxitos como fracasos, condenándonos a una región intermedia entre los estereotipos del presente cine de superhéroes y la fiesta del terror más truculento, lo que por cierto se condice con una primera mitad que aburre a más no poder con la fábula remanida del origen del pequeño demonio interestelar (mami y papi, habitantes del pueblito de Brightburn y un dúo que no puede tener hijos, lo encuentran en un “coso” que cae del cielo) y una segunda parte del metraje en la que la historia por fin empieza a dar sus frutos cuando el ahora muchacho se obsesiona con una compañerita de colegio y comienza el raid homicida (sinceramente lo mejor de la propuesta es su elevado nivel de gore, en especial para lo que suele ser el estándar del mainstream yanqui actual).

Todo en el film es de una literalidad abrumadora, bien en sintonía con la falta casi total de imaginación de la enorme mayoría del arte de nuestros días: el primer capítulo juega con ciertas reminiscencias a La Profecía (The Omen, 1976) y amaga con lavar la futura culpa del purrete mediante una influencia extraterrestre difusa que lo “obligaría” a cargarse a todos los imbéciles que lo maltratan -el bullying nunca falta en estas ensaladas- y a todos los metiches que amenazan con terminar de tirar abajo la imagen celestial que de él tienen sus padres, no obstante por suerte el segundo acto corrige el asunto y en buena medida se olvida de la horrenda corrección política, vinculada a un remordimiento que no calza para nada con el género de los sustos, y se lanza hacia la asunción plena de los poderes del joven -volar, superfuerza, rayos fulminantes que salen de sus ojos, etc.- en ocasión de escenas como la de la masturbación delante de la “noviecita” y cada uno de los coloridos asesinatos.

La película la dirigió David Yarovesky, aquel responsable de la floja The Hive (2014), y la escribieron Brian y Mark Gunn, hermano y primo respectivamente de James Gunn, realizador que hoy produce el convite y que en general pasó de entregar obras disfrutables del indie anglosajón como Slither (2006) y Super (2010) a convertirse en un autómata más del sistema de estudios con los dos bodrios de Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy). Ahora bien, llama poderosamente la atención la pobreza de las actuaciones del trío principal de Brightburn, tanto las de los dos actores que componen a los padres adoptivos del bebé del espacio, Elizabeth Banks y David Denman, como la propia del protagonista, el niño Jackson A. Dunn, debido a que éste último no tiene nada de carisma y es bastante inexpresivo y los adultos pareciera que no encuentran el registro adecuado para la historia (Banks es fundamentalmente una actriz de comedia que nunca termina de resultar creíble en secuencias dramáticas y Denman tiende a exagerar demasiado, generando una histeria que jamás consigue apuntalar en serio el recurso de “mami quiere al nene, papi desconfía”).

A pesar de los inconvenientes señalados, los cuales sin duda tienen sus raíces en un guión sin una bendita idea interesante más allá de la premisa de base, esa que asimismo fue tomada de una infinidad de cómics que en una fase de crisis creativa cayeron en el triste ardid del “probemos invertir la polaridad, el bueno es malo”, la verdad es que la propuesta en promedio no resulta desastrosa gracias a la simple espera por el siguiente ataque y/ o asesinato, un catálogo que incluye una mano destrozada, un globo ocular perforado, alguna mandíbula colgando, un cráneo carbonizado, algún que otro personaje viviseccionado, etc. A diferencia de tantas películas mojigatas del presente, Brightburn -aun con sus torpezas y redundancias de toda índole- por lo menos no se contiene para nada en el desenlace y hasta parece mofarse sutilmente de los esperables instantes melosos en los que los adalides de la bondad maniquea pretenden salvar ese último resabio de humanidad dentro del corazón del diminuto psicópata. Una vez finiquitado el esquema melodramático de “familia adoptiva en problemas”, el film nos regala un slasher sobrenatural casi correcto con algo de valentía…