Biutiful

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Yo, ¿el peor de todos?

¿Alejandro González Iñárritu es culpable de que el mundo globalizado y excluyente esté atravesado por la miseria humana?; ¿Cómo debería actuar un cineasta que pretende contar una historia de culpa y redención en un contexto tan explícito como el de la inmigración ilegal en Barcelona?

Cuando ciertos directores de prestigio filman y representan, por ejemplo, el Holocausto o la guerra son artistas comprometidos; pero si otros intentan encontrar poesía en la basura y hacer de eso una obra de arte rápidamente son acusados de regodearse en la tragedia ajena y de carecer de profundidad. Biutiful no es una obra maestra del director de Amores perros; pero tampoco un film hipócrita y especulativo como se intenta argumentar, porque básicamente está dedicado a la memoria del padre del realizador (el espectador que llegue al final se dará cuenta) y por ese motivo guarda una intensa carga emocional y personal que se intensifica en una trama lineal que atraviesa el derrotero de un hombre intentando dejar en orden el mundo que lo rodea (ese mundo está compuesto de miserias, dolores, malas decisiones, miedos y deseos como el de cualquier mortal) antes de morirse.

Pero como es habitual en el director de Babel, Biutiful también es un film que reflexiona sobre la muerte y sus misterios, despojado de toda respuesta religiosa y espiritual, dejando en evidencia simplemente que la muerte es algo inevitable e inexplicable.

González Iñárritu extrae lo mejor de Javier Bardem en esta película donde la ausencia del guionista Guillermo Arriaga se nota pero no se siente, así como tampoco la colaboración autoral de los nietos de Víctor Bo aporta algo de sustancia a un guión sencillo que apela al poder de las imágenes más que a las palabras.