Biutiful

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Estufas para todos

Un momento de Biutiful sirve para dejar en claro la cretinada que es este nuevo descenso a los infiernos muy bien fotografiados del mexicano Alejandro González Iñárritu. Uxbal (Javier Bardem) es una especie de enlace entre unos chinos ilegales que trabajan en Barcelona y el explotador dueño del taller de costura donde laboran. Como tienen frío en el arrumbado espacio donde duermen los trabajadores -todos amontonados-, se les ocurre que deberían comprarles unas estufas. En primera instancia, la compra de esas estufas es vista como una actitud decorosa del lumpen Uxbal (ya algo cuestionable). Pero, Iñárritu hace una de más -siempre- y los chinos terminan muriendo por un escape de monóxido de carbono. Esa manipulación constante que hace Iñárritu en pos de mostrarse como el tipo más humano del mundo, sin importarle lo que hace con sus personajes y ni la forma en que profana temas demasiado sensibles de la realidad -y no hablamos aquí de incorrección política-, es lo que lo convierte en un profeta chanta, ya a esta altura -tras 21 gramos, la espantosa Babel y esta- uno de los peores directores de cine del presente. Peores, especialmente, porque está muy sobrevalorado por la prensa internacional.

Iñárritu cree que el único problema que hay en el mundo es el dinero, o mejor: que el dinero soluciona los problemas. Debe ser el film con mayor cantidad de planos detalle de billetes, de manos contando fajos de euros, de personajes pasándose guita. Y siempre en Biutiful, ese tránsito del dinero quiere significar algo más: para Uxbal, el posible futuro que les deja a sus hijos; para los inmigrantes, la posibilidad de habitar ese módico paraíso fuera de su hogar. Iñárritu nunca indaga más allá de estos conflictos, cosa repudiable para un tipo que evidentemente cree estar muy preocupado por los problemas del mundo. Al menos, así los filma.

Decía en una crítica para el sitio Cineramplus que el mecanismo del director se hace evidente, demasiado evidente. No se puede negar que tiene gran inventiva visual para generar imágenes de alto impacto, en algunos casos hasta potencialmente bellas: el inconveniente es que esas imágenes carecen de la poesía que pretenden y, además, no pueden verse más allá de la superficie. Un ejemplo cabal de esto es aquel plano en el que los chinos muertos anteriormente son traídos por el mar hacia la costa. Lo único que sobresale de eso es la denuncia de Iñárritu, quien por enésima vez nos dice que el mundo es un lugar horrendo y donde sólo hallaremos la paz tras la muerte.

Y ese es el punto más odiable de Biutiful (y de muchas películas similares): para terminar con un final tranquilizador -acá para colmo de males tuvimos que transitar 145 interminables minutos- nos tuvimos que comer mil garrotazos por la cabeza, nos vimos sometidos a una sordidez que, cuando el cuento se redondea, se nos hace innecesaria. Porque si Iñárritu en los últimos 20 minutos se olvida del mundo y se centra en Uxbal y sus hijos (y su cáncer, y lo muestra en pañales y le hace mear sangre) ya resulta lo mismo que haya sido arribista, carnicero o abogado. La imposibilidad de conectar lo universal con lo privado es otra de las torpezas del director. Igualmente, habría que preguntarse, teniendo en cuenta el éxito de este tipo de películas (y el prestigio de estos directores), por qué el público gusta tanto de que lo sacudan, estremezcan y aleccionen. No soy quien tenga la respuesta a eso, apenas el que puede decirles que esto no es cine. O, si lo es, está usado maliciosamente.