Biutiful

Crítica de Damián Hoffman - A Sala Llena

Una tragedia moderna.

El director de cine mexicano Alejandro González Iñárritu ha demostrado algunas características en común a lo largo de su filmografía, que supieron mantenerse intactas. Historias paralelas, denuncia social, retrato de una sociedad y personajes marginales. En hora buena, el cineasta dio una vuelta de timón a su estilo de autor y cambió algunas de sus marcas registradas que ya comenzaban a conocer su fecha de vencimiento.

Por supuesto, no se curó de todos su vicios. Hay golpes bajos, relatos místicos, pero una mayor madurez argumental.

Iñárritu, como se sabe, es uno de los tres directores mexicanos más promisorios a escala internacional. Lo acompañan Alfonso Cuarón (Y tu mamá también… y Niños del Hombre) y Guillermo Del Toro (El Laberinto del Fauno y Hellboy). Cada uno presenta su estilo. Iñárritu con sus dramas existenciales, Del Toro y su ligación a la fantasía, y Cuarón con un espectro más amplio.

Más puntualmente en el caso de Iñárritu, hasta el momento se había abocado a historias cruzadas, que enmarquen diferentes crisis o estados humanos.

En Amores Perros, un choque automovilístico vinculaba tres historias diferentes. En 21 Gramos, la muerte de dos chicos desataba una historia de venganza, redención y pasión. Y en Babel, el capítulo final de la trilogía, algunas conexiones humanas vinculaban la falta de comunicación entre personas de diferentes partes del mundo.

¿Qué sucede con Biutiful? Primero, el relato es lineal. La historia es más clara y, por ende, quedan menos cabos sueltos. Además, hay un personaje, el de Javier Bardem, que es claramente el protagonista. Se descartó la coralidad.

El rol del actor español es complicado. Un hombre que habla con los muertos para que se vayan en paz, con sus dos hijos a cargo y sin dinero para mantenerlos, una ex mujer bipolar y, como si fuese poco, una enfermedad terminal.

Sí, a Iñárritu le gustan las tragedias. Le gustan las tramas complicadas. Le gustan los golpes. Esa es una adicción de la que todavía no se pudo recuperar. Hay muertes, morbo, llanto fácil. Pero en menor grado que en sus trabajos anteriores.

Bardem interpreta con profundidad su rol. Se le nota en la mirada, en la espontaneidad con que actúa. Un actor aclamado que no sobreactúa y sigue sorprendiendo. Uno de los mejores actores de su generación de habla hispana y, quizás, del mercado más comercial y global.

Otra que se destaca es la argentina Maricel Álvarez, la ex esposa, con quien mantiene una relación borrascosa. Los dos hijos aportan cierta inocencia ante semejante historia cruel.

Hay tres compatriotas más en el staff. Gustavo Santaolalla vuelve a colaborar con su música. Menos lúcida, pero acompaña con certeza. Y los primos Armando Bó y Nicolás Giacobone coescribieron el guión con Iñárritu y, a pesar de las críticas ya formuladas, logran un trabajo digno.

Talentosos artistas en un buen producto. Podría ser mucho mejor. Y quizá no sea lo mejor de Iñárritu. Pero es un progreso frente a la ambiciosa e inductiva Babel. Seguramente, y por el bien de su calidad como cineasta, el mexicano logre despojarse de sus vicios.