Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La recaída eterna

Sinceramente lo mejor que puede decirse de Beautiful Boy (2018) es que es un retrato honesto de las adicciones, no obstante dicha aseveración viene condimentada por la triste verdad adicional de que lo peor que puede decirse de Beautiful Boy es que se parece a decenas de retratos honestos semejantes de las adicciones. El film del belga Felix van Groeningen, su debut en términos prácticos en el mercado anglosajón, se sirve de recursos clásicos del rubro cinematográfico de las dependencias a sustancias varias como los flashbacks y flashforwards para los instantes previos y posteriores a la enfermedad, un cierto marco de “relato coral” para abarcar toda la estela del sufrimiento en el círculo íntimo de la víctima y en especial un tono narrativo apesadumbrado -y por momentos alucinado- que intenta duplicar los efectos de las drogas y la confusión cíclica reinante.

El guión de Luke Davies y el propio realizador está basado en dos memorias sobre el mismo episodio verídico que corresponden a los dos protagonistas fundamentales, un padre y su hijo: del lado del primero tenemos Beautiful Boy: A Father's Journey Through His Son's Addiction (2008), libro escrito por David Sheff, y por parte del segundo está Tweak: Growing Up on Methamphetamines (2008), de Nic Sheff. David (Steve Carell), un redactor de The New York Times y otras publicaciones, se entera muy tarde que su hijo adolescente Nicholas (Timothée Chalamet) está sumergido en una drogodependencia que tiene como eje principal las metanfetaminas y como núcleos secundarios el alcohol, el LSD, la cocaína, el éxtasis y la heroína. Pronto la espiral de rehabilitaciones y recaídas eternas se disparará con tal fuerza que el asunto derivará en años y años de lucha de Nic por mantenerse sobrio.

Van Groeningen, sin hacer precisamente maravillas con la temática de turno, de todas formas consigue un examen sensato y minucioso de hasta qué punto la adicción se transforma en una condena para toda la familia ya que los Sheff en su conjunto deben sobrellevar el comportamiento errático y autodestructivo de un Nic que se vuelca al robo; léase tanto la madre biológica del muchacho, Vicki (Amy Ryan), separada de David, como la nueva pareja del padre, Karen Barbour (Maura Tierney), y los dos flamantes hijos del matrimonio, los pequeños Jasper (Christian Convery) y Daisy (Oakley Bull). A pesar de que el clan funciona como un típico cónclave de clase alta, la trama logra hacernos olvidar este detalle gracias a la razonabilidad que maneja David y a la ausencia de esa vanidad y de esa asquerosa/ insoportable autoindulgencia de los burgueses de mayor poder adquisitivo.

Dos son las herramientas primordiales de las que se vale el director para evitar el tedio, el excelente desempeño de Carell y sobre todo de Chalamet, visto hace poco en Llámame por tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017) y Lady Bird (2017), y una banda sonora que aprovecha con gran perspicacia la excusa que ofrece la condición de melómanos de David y Nic, así disfrutamos durante el metraje de canciones de Massive Attack, Nirvana, David Bowie, Tim Buckley, Sigur Rós, John Coltrane, Neil Young y por supuesto John Lennon, cuya composición Beautiful Boy (Darling Boy), perteneciente al Double Fantasy (1980), intitula la película (el mismo David llegó a entrevistar a Lennon en los meses previos a su asesinato). Más allá de las adicciones, el film en suma funciona bastante bien como una fábula sobre la frustración paterna y los intentos de independencia por parte de los hijos…