Beatriz Portinari

Crítica de Daniel Celina - Fuera de campo

Hay que alejar de Beatriz Portinari a las personas que estén buscando la información masticada y entregada con moñito. Ahí afuera hay miles de documentales que accionan de ese modo, algunos buenísimos, otros no tanto. Pretender más material de archivo mientras Aurora Venturini habla de su relación con las arañas es más de manual que comerse los mocos ante aquél director hambriento al cual despedazaste en una crítica tuya que ni siquiera recordás haber escrito.

Beatriz Portinari (musa de Dante al parecer, y también seudónimo de Aurora Venturini) abandona el proyecto a mitad de rodaje por que hay demasiados estímulos a su alrededor, y el tándem Massa/Krapp se hace cargo de semejante martestrece ofreciendo sus respetos al misterio (sin intenciones de desenmascararlo sino mas bien enalteciéndolo), dejando en claro que la anciana mártir tiene un universo que amerita más de una interpretación posible. Es en los silencios y en las pausas repositorias donde Aurora parece tomar envión para liberar su riqueza y energía. No por nada el film comienza con Venturini haciendo ejercicios (trocando mancuernas por botellitas llenas de agua) y respirando pausadamente. En etapas críticas -según los chinos- lo mejor que se puede hacer es recalar con atención en la base de la vida, o sea, respirar.

No somos giles, tal vez seamos recontragiles, pero sabemos (por obra y gracia de Rosario Bléfari en off) que hubo un accidente y un Coma Cuatro mediante, pero al mismo tiempo estamos convencidos de que los circuitos de alto rendimiento que la dama hace diariamente funcionan para frenar el burro antes de lanzarlo a la carrera. Y en la carrera conocemos perros, arañas, amigos suicidas, bastones con sorpresa, celebraciones, alumnos revoltosos, faldas cortas, rulitos, viajes a la Europa de las tumbas importantes y más de 30 libros que están a la espera de ser devorados por quien deseé devorarlos, sin necesidad de que el material de archivo nos termine de dar el empujoncito necesario para hacerlo. Nunca fuimos ni queremos ser esa clase de consumidores.

Beatriz Portinari se encuentra enhebrado con la muñeca suficiente como para establecer un recorrido completo por el pasado y el presente de su musa, y encuentra el modo de hacerlo a través del carácter de Aurora Venturini, que se sugiere a través de su vera efigie y se confirma de modo satelital: Allí están sus amigas íntimas, círculo tan bendito como críptico. Allí está su sacerdote, partícipe de hilarantes situaciones tanto cotidianas como extraterrenas. Allí están quienes tuvieron el privilegio de leerla, disfrutarla y padecerla. Y los que aún están a tiempo de hacerlo.

- El siguiente párrafo rebosa de adjetivos. No es redundancia. -

Aurora es de La Plata (ciudad-luz que parece tener más gente copada por metro cuadrado que cualquier otro lugar del universo conocido y por conocer), no dejó de escribir nunca, detesta las computadoras con todo su ser, le gustan muchísimo los animalitos, es peronista, modesta, bicha, amorosa, entregada y -aparentemente- muy turra. Mariana Enriquez escribe un artículo sobre Aurora en la última Radar y también aparece en el film, diciendo que Aurora es "re-punk". Un puñadito de calificativos de lo más contradictorio. No resistimos indicar que resumir a una dama en un solo adjetivo ("enigmática") suena hermoso, pero está un poco gastado y -además- es paja enciclopédica y reduccionista. Entonces preferimos creerla extra-ordinaria, algo que Beatriz Portinari sabe y reconoce con creces, elaborando un documental precioso, calmo y justiciero. A tono con Aurora. Cosas que salen si sos audaz y brillante.