Battleship: Batalla naval

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

Cuando lo que salva es el ridículo

La película protagonizada por Liam Neeson y basada en un videojuego naufraga en el océano, pero eso sí, con gigantescas escenas de acción. Sin embargo, hacia el final sorprende y gana en entretenimiento y diversión.

Uno no puede imaginar proyecto más absurdo que una película basada en el antiguo juego llamado Batalla naval. Claro que se refiere a la versión industrializada y no a su aun más antigua (más de un siglo hoy día) en lápiz y papel que generaciones y generaciones han jugado. El juego de colocar barcos propios en una grilla y tratar de hundir los barcos que ha colocado el enemigo en la suya, no es en sí mismo una estructura dramática y aun así, en algún momento de la película la situación se acerca un poco al famosísimo juego. Pero es sólo para justificar el título, ya que por todo lo demás la película es tan parecida a la batalla naval como lo es la gran mayoría de las películas de guerra que transcurren en el océano. La trama es bastante simple. Un joven descarriado encuentra en la marina el comienzo de una nueva etapa, aunque todavía sigue dando tumbos. Su novia es la hija de un almirante y esto ocasiona un conflicto extra más cercano a la comedia que al drama. Su hermano, el serio de la familia, hace lo posible para que él consiga encontrar el rumbo. Pero una amenaza exterior se encargará de que toda la inmadurez sea puesta a prueba de un solo golpe. Battleship, Batalla naval es una película enorme, espectacular, llena de escenas de acción gigantescas y aburridas a la vez. Con esa estética que uno no sabe si es paródica o en serio, digna de películas como Transformers o Día de la independencia, la historia se arrastra por lugares comunes tanto en el guión como en las imágenes, y así transcurren sin ningún empacho una hora y media de no entretenimiento que bordea el ridículo tal vez sin que ese sea su deseo. Algunos personajes extras como un ex marine que ha perdido las piernas, ubican a todo el relato al borde exacto de la vergüenza ajena. Pero ahí, cuando el espectador más despierto cree que nada podrá rescatar a este film del hundimiento total, es cuando justamente la película sorprende. En la última media hora, lejos de estar ya al borde del abismo, se lanza desaforadamente al ridículo, se convierte en una forma festiva y ridícula de película de acción militar y produce varios momentos divertidos y ya sin vergüenza se entrega al disfrute visual y al genuino entretenimiento cinematográfico. Para algunos esta parte será la peor, para otros, como para quien escribe, es lo que justifica el haber sufrido 90 minutos de mala película. Hasta el humor del protagonista y su futuro suegro remata de manera divertida. Ojalá toda la película y no sólo el último cuarto hubieran sido así.