Battleship: Batalla naval

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Puede que sea una triste coincidencia, pero el año pasado, a esta misma altura más o menos (en realidad alrededor de marzo), tuve que escribir sobre una pésima película llamada “Invasión del mundo: Batalla Los Angeles”.

En ella daba cuenta de cómo un argumento básico sobre extraterrestres que nos odian se transforma en un folleto para alistarse en el ejercito estounidense, por lo lindo que es ir por ahí instalando su modo de vida bajo el eslogan de “somos lo más grande que hay”. Un mero disfraz.

Un año después heme aquí frente al teclado dudando ¿Se darán cuenta si transcribo el mismo texto cambiando actores, director y título? Es tentador, por la cantidad de tiempo que me ahorraría, pero no. Debo ser honesto.

“Battleship: Batalla naval” está basada en un videojuego que, a su vez, está inspirado en el clásico con papel y lapicera (esto dicho en términos de la cantidad de tiros de una nave a otra que se despliegan en la cinta). Básicamente son extraterrestres pendencieros de un planeta muy parecido al nuestro, al que la NASA envía señales mediante un súper satélite. Se ve que la reciben nomás, porque en seguida aparece una cantidad de naves que surcan el espacio hacia acá con varios de “ellos”. Por suerte hay un poquito más de diseño esta vez, y en lugar de ser cuatro kilos de bofe con fierros incrustados, como en la anterior producción, son la “versión full” del dorado robot C3PO de Star Wars.

De todos modos, estaría genial que los guionistas Erich y Jon Hoeber nos explicaran para qué catzo vienen esta vez. Pero eso no ocurrirá, con lo cual habremos de colegir que simplemente han llegado para romper cosas, en especial barcos. Habrá varias escenas larguísimas de acorazados estadounidenses apuntando a las naves de estos seres cuya inteligencia superior está por verse, ya que pudiendo volar para arrojar todo el arsenal que llevan deciden igual quedarse a distancia para dirimir la cuestión a bombazo limpio. Total, cuando la cosa quema, porque los terrestres se niegan a ser sometidos, tienen un arma secreta: Nos tiran con rulemanes. ¡Sí señor, como lo lee! Rulemanes que dan vueltas y ofician como taladros histéricos que destrozan todo.

¡Ah! ¡Cierto! Los terrestres…

Perdón por no haberlos mencionado hasta ahora; pero como el director se las arregla para que a nadie le importe lo que les pasa decidí empezar por aquello que resulta más atractivo, o sea el diseño de producción, algunas tomas aéreas muy interesantes y el aporte del resto de los rubros técnicos.

Alex (Taylor Kitsch) es un vago, bueno para nada, que comete idioteces como el tratar de conseguirle un snack a una rubia preciosa (Brooklyn Decker). Para ello el hombre destrozará un autoservicio que recién cerró, mientras suena la música de la Pantera Rosa de Henry Mancini, en una de las peores escenas jamás filmadas en Hollywood. Si es por esa estadística Ed Wood ya puede descansar en paz en su flamante anteúltimo lugar (por favor no empecemos con el esnobismo de que Ed Wood en esta época parece un genio incomprendido).

El hermano mayor (Alexander Skarsgård) lo quiere encauzar para que demuestre que es un hombre y que pude hacer grandes cosas por su país.

Nunca el director Peter Berg se decidió por la parodia o por la acción en serio, razón suficiente para que el público se confunda y no sepa como reaccionar ante tanta ridiculez. También aparecen la hermosa Rihanna haciendo de soldado que, por su tamaño, parece la versión femenina de un “temerario” (¿se acuerda el juguete?), y Liam Neeson, el hombre que ya cuenta con mi envidia incondicional por la cantidad de ceros en su cheque.

Así como sucede con “Transformers” (2007), las secuencias de acción son tan largas que por momentos hacen olvidar por qué estamos peleando contra los bichos. Mientras tanto, es justo advertir a aquellos espectadores (aún los amantes de la acción por la acción misma) que no soportan ser encandilados con la bandera yanqui y el resto de los emblemas cada diez minutos, que Batalla naval tiene un montón de eso y mucho más (sobre todo hacia el final).

Para aquellos a quienes estas cuestiones aquí planteadas no les importa nada de nada, pueden ir tranquilos total; a los productores, director y guionistas tampoco.