Baldío

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Así en el set como en la vida

La nueva película de la directora de Extranjera fue creada a partir de una idea de la actriz y transcurre en parte durante un rodaje. 

El séptimo largometraje en solitario de Inés de Oliveira Cézar (Cómo pasan las horas, El recuento de los daños, Extranjera) fue estrenado durante la última edición del Bafici con una insoslayable placa en homenaje a su protagonista, Mónica Galán, fallecida a comienzos de este año, pocos meses después del final del rodaje. El guion de Baldío no sólo fue creado a partir de una idea de la actriz, a su vez basada en hechos reales, según confirmó la realizadora en varias entrevistas, sino que la historia fue escrita específicamente con ella en mente. Dúctil, talentosa y con una extensa trayectoria en cine, teatro y televisión, Galán aparece en prácticamente la totalidad de las escenas y es la mirada de su personaje sobre el mundo que la rodea y su propia experiencia de vida  la que ocupa el centro de atención en la pantalla. Llamado Brisa, su personaje podría o no reflejar instancias autobiográficas o personales, pero es indudable que encapsula ansiedades y temores universales.

Actriz también famosa, Brisa es la madre de un joven entrampado en el consumo compulsivo de pasta base y entre esos dos andariveles –su papel protagónico en una frágil coproducción con ambiciones de policial negro y los intentos desesperados por reencauzar la vida de su hijo– se mueve Baldío, que alterna escenas de logrado dramatismo con otras en las cuales la macchietta, consciente o involuntaria, toma posesión de algunos de los personajes secundarios. Es el caso del director de cine interpretado por Rafael Spregelburd, al mismo tiempo pusilánime y engreído, incapaz de darse cuenta de sus zonas erróneas, o el del muchacho adicto, interpretado por Nicolás Mateo con una intensidad por momentos demasiado expansiva. Cosa extraña en una película de Oliveira Cézar, realizadora usualmente atenta a los detalles tonales de la dirección de actores, aunque por lo general impulsada por narraciones menos frontales, más elípticas, en las cuales el concepto de naturalismo cinematográfico no suele ponerse por encima de lo climático o lo sensorial.

Baldío tal vez sea, en ese sentido, su película más “realista” a la fecha, más allá de esa fotografía en blanco y negro que parece haber sido elegida como válvula de escape estética, evocativa. Sin entrar de lleno en el terreno del melodrama pero rozando algunas de sus fronteras, Oliveira Cézar describe el tránsito de una madre por situaciones insoportablemente dolorosas que, al mismo tiempo, ponen en tensión sus convicciones más íntimas. Mónica Raiola, como la amiga de la protagonista en las buenas y en las malas, aporta algunos de los escasos momentos de humor ligero en un drama personal inevitablemente grave.