Bajo el mismo techo

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

Los sinuosos caminos de la vida

El film no le escapa a la búsqueda de nuevos ingredientes para renovar la clásica comedia romántica, pero naufraga en los cambios de climas. Lo más transgresor reside en evitar la reivindicación del matrimonio y la procreación.

Bajo el mismo techo es una comedia romántica protagonizada por Katharine Heigl y Josh Duhamel. El conflicto que narra es el de una pareja imposible, cuyo único nexo es el tener un matrimonio amigo en común. Estas dos personalidades opuestas, nacidas para odiarse, terminarán haciéndose cargo del pequeño bebé de esta pareja en circunstancias que no es necesario explicar. De todas maneras, esta tarea conjunta está anunciada desde el afiche de la película. El motor principal de toda comedia romántica siempre ha sido la atracción de los apuestos y lo que cautiva al espectador es la sospecha de que todos, menos los personajes, saben que el sentimiento romántico surgirá entre ambas partes. Claro que, a la vez, las comedias románticas han tenido que encontrar otras formas para producir renovado y genuino interés en los espectadores. Algunas optan por cambiar el humor naïf por uno más crudo –algo de eso tenemos aquí– o por momentos muy dramáticos –también presente en este caso– o por encontrar puntos de partida originales. De esos puntos originales, el tener hijos se ha vuelto la nueva moda. Hijos adoptados, fecundados, heredados o lo que sea, el convertirse en padres es parte de la nueva iconografía de la nueva comedia romántica. Bajo el mismo techo tiene que lidiar con estas innovaciones en contraposición a lo menos moderno u original del género, a lo cual también se aferra frente al riesgo de ser una comedia demasiado diferente. Tal vez lo más transgresor del film es que realmente no dice nada bueno del matrimonio o de la paternidad por procreación. Salvo los protagonistas, nadie más parece vivir ese espacio con alegría o esperanza y en esa contradicción también reside uno de los encantos de la película. Lo que resulta raro de esta comedia es que los momentos dramáticos son difíciles de sobrellevar y el director no tiene el oficio para saltar de la tragedia con la rapidez necesaria para evitar que el espectador se sienta mal. Ese malestar se extiende también al haber demasiados planos de un bebé llorando que –haya pasado o no– nos llevan a pensar en un equipo de rodaje filmando docenas de llantos, lo que tampoco parece muy simpático. No será lo único que inquietará al espectador con respecto a eso, y si bien el film se esfuerza en demostrar las medidas de seguridad que la casa ofrece para el cuidado del niño, la verdad es que luego hace humor de momentos de violencia que pueden confundir a los espectadores más sensibles y que, para el resto, no dejan de ser momentos fallidos. El film, más que gracia, produce enojo con un guión incapaz de hacer reír con mejores herramientas o un director –otro que proviene de filmar en televisión y ya van…– que conozca lo que significa el pudor o la sutileza. Nadie pide corrección política, sólo que sepan cómo hacer su trabajo sin golpes bajos.