Bajo el mismo cielo

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Un hogar bajo las estrellas

De década en década, Cameron Crowe parece explotar algunas preocupaciones y algunas “líneas de crisis” constantes: si en “Casi famosos” mostraba aquella bohemia rockera vista de alguna manera como un paraíso perdido (según cómo aquellos juveniles personajes aspiraban a conocer del futuro), y en “Todo sucede en Elizabethtown” ya estaban esos veinteañeros un poco castigados por la vida buscando encontrar su rumbo, en “Bajo el mismo cielo” la chance es para los que se saltearon aquel viaje iniciático que planteaba Claire en aquella cinta.

Vuelta a casa

Aquí el protagonista es Brian Gilcrest, que ya anda por los 40 y la verdad es que se perdió algunas oportunidades. De niño soñaba con las estrellas, de más grande trabajó en el sector aeroespacial de la Fuerza Aérea, vio derrumbarse a la Nasa y finalmente decidió pasarse al sector privado como contratista.

Algunas “macanas” que se mandó en Afganistán le hicieron caer en desgracia como profesional y al mismo tiempo estar al borde de la muerte. Ahora, parece que tiene una segunda oportunidad: tiene que volver a Hawaii, un lugar donde vivió porque ahí está la importante base aérea de Oahu, con una misión aparentemente sencilla: lograr la bendición de una nueva senda peatonal por parte del “rey” de los hawaianos, (Dennis “Bumpy” Kanahele interpretándose a sí mismo), con la esperanza de que su jefe, Carson Welch, lo reivindique y lo reinstale en su actividad.

Ese viaje (siempre hay un viaje físico que acompaña el emocional, parece) producirá dos encuentros: primero el hecho de volver a ver a su ex novia Tracy, ahora con un piloto y con dos hijos; y por el otro lado con la peculiar capitana Allison Ng, designada como su liaison con la Fuerza Aérea. La historia va a ir entonces por dos carriles: por un lado este juego entre su pasado y su (posible) futuro afectivos, esta relación entre las oportunidades que dejó pasar, la familia que no tuvo, y aquello que está a tiempo de tener si se abrieran algunas puertas. Y una historia paralela (pero relacionada con la otra) que tiene que ver con una crítica a la privatización del espacio y de fuerzas armadas estadounidenses donde, como dice un personaje: “Si Ke$ha quiere tener su satélite y no le vamos a preguntar qué lleva adentro”.

Amores inevitables

Si bien alguno podría decir que por momentos este relato peca de inverosímil (tal vez en su resolución), Crowe lo sostiene con una narración fluida, al ritmo cadencioso del hula, y con la habilidad de unos actores probados en la comedia como Bill Murray (Carson) o Alec Baldwin (general Dixon) que pueden hacer creíbles estos personajes y situaciones.

Pero fundamentalmente con el trío protagónico, basado en un Bradley Cooper un poco en el registro de “El lado luminoso de la vida”, entre cínico, simpático y bastante “baleado” por la vida (y por un misil). Hay algo de la química de las réplicas de aquella película, pero si Jennifer Lawrence estaba frágil y resiliente a la vez, aquí Emma Stone merodea un poco los tonos que puso en “Birdman” y “Magia a la luz de la Luna”, y se mueve entre la rigidez marcial y su costado femenino y hawaiano (el culto a la tradición del lugar y su simbología salvaje está presente en cada momento).

Crowe sabe crear estas heroínas de las que es imposible no enamorarse, siempre en la piel de una actriz adecuada: si en “Casi famosos” nos entregó esa Penny Lane que encarnó Kate Hudson, y si en “Todo sucede en Elizabethtown” nos hizo adorar a la Claire Colburn de Kirsten Dunst, la piloto de combate Allison Ng no ocupará un espacio tanto menor en nuestros corazones.

No deberíamos olvidarnos aquí de la sólida (y no menos querible) Rachel McAdams como Tracy, a quien le toca el papel de la ex, la mujer que hizo su vida, ese lugar que suelen ocupar las ex en las comedias románticas (y generalmente en la vida también).

Habría que reivindicar a John Krasinski por aportar a la comedia con su silencioso y tierno John “Woody” Woodside, a Danny McBride (coronel “Fingers” Lacy) y Bill Camp (Bob Largent) como partícipes necesarios de la trama militar, y a los pequeños Jaeden Lieberher (Mitchell) y Danielle Rose Russell (Grace), los hijos de Tracy. Por ahí, también hay algún secreto algo previsible, pero no menos efectivo a los efectos de lo entrañable de esta construcción narrativa.

Universos por conocer

Algo de exotismo agrega también Hawaii, un lugar que veremos en una tensión que no conocemos entre los collares floridos y la condición de territorio en ocupación militar permanente. Y como es habitual en el realizador, la banda sonora tiene una presencia esencial, de la escena del baile de Año Nuevo a las transmisiones del controvertido satélite a instalar, pasando (otra vez) por la música tradicional de la isla.

En definitiva: el buen Cameron nos da otra oportunidad de acomodar las fichas en la experiencia vital. Tal vez tomemos el mensaje; si no, en unos años es probable que nos dé otra oportunidad.