Baby: el aprendiz del crimen

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

El sexto film de Edgar Wright, Baby: El aprendiz del crimen, es por lejos, su proyecto más tradicional, alejado de muchas de las marcas que lo hicieron popular. Edgar Wright y Nick Frost como guionista fueron durante varios años una dupla de culto, famosa primero en Inglaterra, y después en el mundo, por entregar comedias irreverentes que reversionaban los géneros a su manera como Shawn of the Dead, Hot Fuzz, o la mítica serie de TV Spaced.
Con el tiempo, ambos tomaron proyectos separados, y Wright encaró películas como Scott Pilgrim o The World’s End, que, aunque de un modo diferente, mantenían un estilo único y distinto de las propuestas de Hollywood. Baby: El aprendiz del crimen, probablemente sea el salto definitivo a las grandes producciones, y como suele suceder en estos casos, en el camino, se relega algo de originalidad.
A la mitad de camino de la saga El transportador, Escape Salvaje, y el estilo de Guy Ritchie (aunque sin el abuso de las tomas lentas seguidas del aceleramiento); Baby: El aprendiz del crimen es una película de acción, con matices de comedia, y estilizada de modernismo en una onda similar a Kingsman.
Baby (Ansek Egort) casi no habla, lo suyo se limita a conducir y permitirles la fuga a la banda liderada desde las sombras por Doc (Kevin Spacey).
No dice ni pregunta, nada. Si le hablan en el trabajo, prefiere responder con monosílabos, entiende que es mejor guardar silencio porque en boca cerrada no entran moscas, o balas. Joven, con un problema de sordera parcial, se calza sus auriculares y se pierde, aislado, en su mundo mientras cumple su trabajo de particular chofer.
En la banda no lo quieren, sospechan de esa templanza de hierro, y él único que parece protegerlo es Doc, que intenta mantener las aguas calmas en su equipo para beneficio personal. Baby mantiene una vida, si se quiere paralela, vive con el anciano y ciego Joseph (CJ Jones), que “desconoce” su actividad, y yendo a almorzar conoce a la camarera Debora (Lily james) con la cual queda prendido casi de inmediato.
Hay un nuevo trabajo en la banda, Baby quiere abrirse pero acepta para tener el dinero y poder emprender un destino junto a Debora.
Por supuesto, es un trabajo riesgoso, algo sale mal, y ahora la banda quiere la cabeza de Baby (que esconde su nombre real). Hay algo de Tarantino, del Robert Rodriguez de El Mariachi, de esas comedias de acción desprejuiciadas y videocliperas que presentan un amor que se enfrente al mundo, desde Natural Born Killers y la remake de The Gateway a, por supuesto, Escape Salvaje. La química entre Egort y James es absoluta, y es uno de los puntos más altos del film.
Los personajes secundarios, los miembros de la banda, entre los que podemos encontrar a John Hamm, Eiza Gonzales, y Jon Bernthal, y el propio Spacey, tienen carisma, están bien desarrollados pese a ser algo clichés, y los actores se divierten a la parque divierten a la pantalla.
Sin dudas el punto más fuerte es su banda sonora, cada vez que Baby se calce los auriculares, los sumergiremos en clásicos atemporales, perfectamente ensamblados. Desde Ennio Morricone a Kid Koala, Isaac Hayes, Lionel Richie, Beck, Queen, Blur, R.E.M., Barry White, Marvin Young, y por supuesto Simon & Garfunkel, entre muchísimos otros y un largo etcétera de soundtracks clásicos para reforzar la idea de la referencia permanente.
La puesta, el montaje, y la fotografía de Bill Pope son acorde al ritmo ágil, correcto, clásico, y moderno de la propuesta, sin desentonar. ¿Entonces por qué Baby: El aprendiz del crimen no llega a ser una gran película? Porque todo el empeño que pone en ser “canchera” y ganchera, en darle libertad a su elenco, y en mostrar un clasicismo formal tanto en la puesta como en el excelente soundtrack, no lo encontramos en un guion que, si bien no tiene grandes errores, básicamente es de manual.
Allá dónde esas películas mencionadas se mostraban desprejuiciadas a inicios de los noventa, en pleno auge grunge; pasaron más de veinte años, las historias ya se contaron, y en cierto punto, el nuevo film de Wright pareciera no tener nada demasiado nuevo para aportar (como sí lo hizo Kingsman con el cine de espionaje, o Drive en el de fugas automovilísticas).
Sin el gag a punta de lengua ni la irreverencia de los mejores films del director, Baby: El aprendiz del crimen se ve bien, se disfruta, y nos hace mover los piecitos al son de sus clásicos, pero difícilmente esté a la altura de una propuesta perdurable.