Baby: el aprendiz del crimen

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Volante melómano a sueldo

Si bien es innegable que las mejores películas de Edgar Wright continúan siendo Muertos de Risa (Shaun of the Dead, 2004) y Arma Fatal (Hot Fuzz, 2007), y que las dignas Scott Pilgrim vs. los ex de la Chica de sus Sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010) y Bienvenidos al Fin del Mundo (The World’s End, 2013) cayeron unos cuantos escalones debajo, hoy la nueva obra del director y guionista británico, Baby: El Aprendiz del Crimen (Baby Driver, 2017), se ubica cómoda en un terreno cualitativo intermedio entre esas dos puntas, ya que por un lado no llega a ser tan refrescante y pareja como las dos primeras y por el otro sí logra superar aquellos esquematismos narrativos -y esa falta de inspiración y verdadero desparpajo- que caracterizaron a las dos segundas y que el señor maquillaba mediante una catarata de artificios visuales destinados a extasiar el ojo mas no el corazón.

Desde el vamos conviene aclarar que el film es muy disfrutable dentro del contexto del cine contemporáneo por dos sencillas razones: en primera instancia, debido a que es entretenido, lisa y llanamente, y en segundo término, en función de un combo conformado por una premisa de hierro, escenas de acción old school eficaces y una suerte de disposición narrativa/ musical que no se siente arbitraria en ningún momento gracias al hecho de que la profusión constante de canciones complementa el devenir de los personajes vía una edición bastante certera. El opus de Wright toma asimismo la estructura de las heist movies y focaliza el relato en el ardid del “conductor especializado en huidas”, un puntapié retórico clásico -del subgénero de los asaltos más difíciles- que dio forma a unas cuantas propuestas que van desde The Driver (1978), de Walter Hill, a Drive (2011), de Nicolas Winding Refn.

Lejos del retrovideoclipismo noventoso y el montaje esquizofrénico de buena parte del cine mainstream actual, Baby: El Aprendiz del Crimen se concentra en el protagonista del título, interpretado por Ansel Elgort, un joven que padece tinnitus y lo contrarresta escuchando música todo el tiempo con auriculares y leyendo los labios de todos a su alrededor. La primera media hora del metraje nos presenta sus últimos dos “trabajitos” como chófer para Doc (Kevin Spacey), un cabecilla que organiza atracos con diferentes subalternos y le viene cobrando a Baby que le haya robado un auto tiempo atrás (de todas formas, siempre le tira unos billetes después de cada saqueo). Considerando que su deuda con Doc está paga, el muchacho se relaja e inicia una relación con Debora (Lily James), una mesera de un bar que frecuenta, y hasta empieza a trabajar como delivery de pizza siguiendo el consejo de su padre adoptivo sordo, Joseph (C.J. Jones), quien se hizo cargo del joven luego de la trágica muerte de sus padres en un accidente automovilístico. Desde ya que las cosas no serán tan fáciles para Baby porque pronto Doc vuelve a solicitar sus servicios para otra arriesgada faena, ahora amenazándolo sutilmente con asesinar a Debora y Joseph si no conduce el vehículo de entrada y salida que llevará al equipo encargado de asaltar una oficina postal, léase Bats (Jamie Foxx), Buddy (Jon Hamm) y su hermosa esposa Darling (Eiza González).

Hay que ser sinceros y afirmar que la película cae en mayor o menor medida en dos de las obsesiones más insoportables de la industria cinematográfica de nuestros días, hablamos de esa típica pose canchera/ cool/ graciosa y la presencia de actores carilindos en todos los benditos papeles, no obstante lo compensa con el sustrato musical de la historia, que va más allá de la berretada que se agota en la cita (pensemos en los últimos films de Quentin Tarantino o James Gunn), ya que resulta realmente funcional al planteo de fondo (Baby necesita en serio de la música, no sólo debido a los acúfenos sino también porque forma parte de su idiosincrasia y su modo de relacionarse con el resto de los mortales). En lo que atañe a las secuencias de acción, son todas muy interesantes pero se sitúan lejos de sus homólogas de las cumbres del género pistero, léase Bullitt (1968), Vanishing Point (1971), Two-Lane Blacktop (1971) y Contacto en Francia (The French Connection, 1971). Quizás los puntos más flojos residen en algunas actuaciones repletas de tics, como por ejemplo las de Foxx y Spacey, y en algunos facilismos del guión del propio Wright, como el encuentro forzado en el bar entre Debora y el equipo de Doc y el recurso del “villano indestructible” al momento de la refriega final, aun así esta fábula en torno a un volante melómano a sueldo resulta satisfactoria a nivel general porque transmite convicción, energía y astucia…