Ausente

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Como en un laberinto, la nueva película de Marco Berger se desplaza entre el misterio, los escondites y las sorpresas; elementos clave que se perciben en su uso de la puesta en escena y con los cuales logra momentos de un clima de tensión y erotismo notables. La cámara sigue los gestos mínimos de dos hombres: uno de ellos es Martín (Javier de Pietro), un adolescente que, con la excusa de no tener lugar donde pasar la noche, intenta acercarse a Sebastián (Carlos Echavarría), el profesor de natación que lo invita a quedarse en su casa y quien peor enfrenta las consecuencias que ese hecho produce.

Esta historia sobre la atracción homosexual está contada en un tono de suspenso que la hace muy particular y que se manifiesta especialmente en los ambientes que crea a partir de las actuaciones, los primeros planos y la gran banda sonora que acompaña a muchas escenas. Así mismo, el ritmo se apoya y construye sobre la concepción (laberíntica) del espacio: son numerosas las situaciones en que los personajes interactúan a través de pasillos, ventanas, puertas o paredes que los dividen o los unen. Entre los corredores del vestuario, escuchando detrás de la puerta, mirando a través de la ventanilla o corriendo entre dos edificios: esas son apenas algunas de las situaciones en las que los protagonistas se encuentran en algún momento y que también sirven al propósito de esa constante búsqueda en el film. Quizás no sea casualidad, entonces, que uno de los hechos más importantes se produzca, justamente, cuando hay un quiebre de esa lógica: uno de los personajes salta a través de un tapial.

De todas formas, como lo que principalmente regula este recorrido es ante todo la mirada ajena, los grandes acontecimientos y la acción están contenidos en los pequeños gestos, movimientos y palabras entre disimulados e intensos que, a través de elementos (la interpretación, la música, la disposición espacial, etc.) se potencian y dejan entrever una trama oculta que es guiada por el deseo entre personajes. Así, el apretón de dientes que le hace contraer la mandíbula a Sebastián y que genera un hueco en su mejilla es constantemente notorio, y se vuelve enorme en ese momento fugaz pero único en que debe pasar lista y nombrar al alumno que no está.

Así, Ausente funciona casi todo el tiempo como una bomba que parece estar siempre a punto de estallar pero que nunca lo hace: la moral, la pasión y la culpa van y vienen, se pasean entre gestos y miradas de desconfianza y deseo, que sin dudas dan vida a una historia atrapante. No obstante, el momento trágico que pinta todo el desenlace produce un efecto extraño, la historia se vuelve levemente lejana y a la vez angustiante. Hasta la inverosimilitud –que, como parte de la bomba, está fallada y nunca llega a explotar– se da el gusto de invadir por unos momentos la pantalla. El final solo es insatisfactorio, sin embargo, hasta cierto punto; como muchos laberintos, Ausente encuentra una única salida a su recorrido; con tragedia y angustias de por medio, el último tramo le revela una verdad, aquella que era intuida pero (quizás de otro modo) inimaginada.