Ataque a la Casa Blanca

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Contra todos los males

Mike Banning (Gerard Butler) es un agente del servicio secreto, encargado de la custodia del presidente de los Estados Unidos en un film con todos los chiches de los famosos tanques.

A los pocos minutos del comienzo de Ataque a la Casa Blanca, es probable que el espectador asocie la espectacularidad de las escenas de acción a Duro de matar. Y si bien el recuerdo es correcto, la cuestión si la película de Antoine Fuqua (Los mejores de Brooklyn, Tirador, Lágrimas del sol, Día de entrenamiento) logra el nivel de efectividad que demostró la saga protagonizada por Bruce Willis.
En el comienzo está Mike Banning (Gerard Butler), un agente del servicio secreto encargado de la custodia de Benjamin Asher (Aaron Eckhart), el presidente de los Estados Unidos. Pero en un accidente en una ruta resbaladiza por el hielo los intentos desesperados de Mike para salvar a la esposa del primer mandatario son inútiles y la mujer muere cuando el auto oficial se cae en un precipicio. El fortachón entonces es trasladado y languidece detrás de un escritorio hasta que por la ventana de su despacho, cercano a la Casa Blanca, observa que la residencia oficial está siendo atacada por tierra y aire.
En paralelo, las noticias dan cuenta de que un comando norcoreano –el nuevo y temible enemigo de Occidente– atacó a sangre y fuego el lugar, tomó como rehén al presidente y mientras va ejecutando prisioneros, también va superando las defensas informáticas y se acerca al acceso del arsenal nuclear de la potencia del norte.
Pero a no desesperar, ahí está Mike, con la testosterona a tope y dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar a su ex jefe, a su hijo que está escondido en algún lado de la casa y claro, al mundo libre de los villanos.
Con un nivel de violencia inusitado, incluso por producciones similares, tal vez lo más rescatable y por qué no, divertido, sea el desparpajo y la falta de contención de la que hace gala la película de Faqua para desplegar una batería de patrioterismo berreta (con el combo infaltable de discurso motivador y fundante más las banderas estrelladas por doquier, por supuesto), con el axioma, también obsoleto, de que un hombre bien puede ser la reserva moral y el brazo armado necesario de una nación en peligro.
El realizador, bien lejos de la sólida Día de entrenamiento, no duda en montar un espectáculo en base a efectos especiales, situaciones previsibles, frases cancheras del héroe en cuestión, moderado dramatismo y suspenso ídem, que da como resultado un producto vacío pero bastante entretenido. Como las decenas de películas de este tipo que fatigan las carteleras de todo el mundo año a año.