Asesinato en el Expreso de Oriente

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UN DETECTIVE MELANCÓLICO

Hay un gran mérito de Kenneth Branagh al abordar la adaptación de Asesinato en el Expreso de Oriente, que implica tomar la esencia de la novela de Agatha Christie y hacerse cargo de los factores que llevaron en su momento a que sea el relato más popular de los protagonizados por el detective Hércules Poirot. Porque la historia es, ante todo, la puesta en crisis del personaje, que a partir de ahí ya no volverá a ser el mismo.

Con ese punto de partida, Branagh construye al personaje –desde la actuación y la dirección- desde la melancolía y la consciencia de ya no ser. Cuando arranca Asesinato en el Expreso de Oriente, vemos a un Poirot de convicciones firmes y tajantes: para él existen el Bien y el Mal, y no hay nada en el medio. Es esa cosmovisión dual la que también le permite autoproclamarse sin titubeos como “el mejor detective del mundo”. Pero luego vamos viendo a un hombre cuya visión del mundo se va desmoronando progresivamente, con lo que el caso que afronta –el asesinato de un pasajero en el tren y una larga lista de sospechosos- se constituye en una bisagra en su vida.

Para esta resignificación del personaje y su tiempo, Branagh se vale en buena medida de un estupendo trabajo en la imagen. La recreación de época en Asesinato en el Expreso de Oriente es notable y eso hasta puede notarse en el tren donde se van desarrollando los acontecimientos: esa máquina detenida en medio de la nieve pasa a ser un personaje más y hasta funciona como una metáfora –un poco obvia, es cierto- de Poirot y sus dilemas. Desde esa fluidez entre lo técnico y lo narrativo podemos notar el interés –y hasta el cariño- del realizador por lo que está contando, por cómo el relato puede representar para él una buena síntesis de cierta perspectiva británica. También su ego, porque no solo asume para sí un papel icónico dentro de la literatura inglesa del último siglo y medio –y lo interpreta muy bien, hay que reconocerlo-, sino que se reserva los mejores momentos: hay dos planos secuencia memorables que lo tienen a él como foco indisputable.

Así, Asesinato en el Expreso de Oriente alterna entre la superficie brillosa y ambiciones de profundidad temática. Como en la novela de Christie, la mayoría de los personajes son piezas moviéndose en el tablero de ajedrez, pero el film se permite incorporar una mirada político-social que aprovecha el situarse en los años previos a la Segunda Guerra Mundial para desplegar una serie de apuntes sardónicos que entran en el territorio de lo políticamente incorrecto. Sin embargo, aunque Branagh maneja apropiadamente buena parte de los resortes del thriller de misterio de la vieja escuela y la ironía socio-política, a la hora de adentrarse en el territorio de la acción cae en una confusión desde el montaje y la puesta en escena que deslucen el resultado final.

Aún así, Asesinato en el Expreso de Oriente cumple con lo que promete y es un ejemplo cabal de la maquinaria hollywoodense al servicio de un relato ágil, con un público bien calibrado y la capacidad para posicionarse ideológicamente. El último plano está cargado de complejidad, reconfigura cierta mirada que podría caratularse como reaccionaria –por cómo justifica ciertas acciones en función de sus causas- y pone a Poirot en el lugar justo, preciso. El mejor detective del mundo ya no podrá volver a ser la misma persona que antes.