Arpón

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Una de acción en el conurbano bonaerense.

No hay duda de que Arpón, la ópera prima del venezolano radicado en la Argentina Tom Espinoza, es un trabajo ambicioso. Sobre todo por su intención de hacer un cine independiente que no se limite a los largos silencios y la pasividad de sus personajes o a los planos extensos en los que intenta que el mundo hable por sobre exposición, sino que se permite ir en busca de la acción en el sentido más amplio. Por un lado de la acción concreta, haciendo que sus personajes deban “cumplir” claramente con los desplazamientos que establece un guión que trata de no estancarse en tiempos muertos; por el otro la acción en términos más próximos a la idea comercial de la palabra, la acción como género cinematográfico. Ambiciones bienvenidas pero que finalmente la película parece alcanzar a medias.

Como si se tratara de una especie de Entre los muros, la aclamada película del francés Laurent Cantet, cruzada con un western clásico, Arpón propone como escenario una escuela secundaria del conurbano más o menos profundo. Pero no una escuela a la que asisten los chicos de los barrios más pobres, sino una escuela de clase media suburbana. El protagonista es Germán Argüello, el director de la escuela, que en la primera escena parece obsesionado por revisarle la mochila a todos los alumnos de la institución. Siguiendo la indicación de una de las chicas se dirige a revisar a otras dos alumnas, que mientras él todavía está lejos y no puede oírlas comentan que al director se lo ha visto ir de putas y pasearse con ellas en el auto. Una de las alumnas, Cata, se negará a ser revisada y armará un escándalo que algunos de sus compañeros filman con las cámaras de sus celulares.

Como ocurre con muchos protagonistas del western, Argüello es una especie de descastado con un sentido claro del bien y del mal. Temido por los alumnos y recelado por algunos colegas, él intenta a toda costa mantener el orden en una escuela donde el peligro no anda a la vista de todos, sino que hace su trabajo en voz baja, apenas perceptible. Germán De Silva vuelve a mostrar las virtudes que lo convierten en uno de los mejores actores del cine argentino, capaz de asumir cualquier género con idéntica solvencia. Argüello le permite mostrar su lado más hosco como maestro duro pero también el más dulce, cuando comprueba el estado de vulnerabilidad de Cata.

Espinoza logra que el relato fluya con fuerza, construyendo una estructura narrativa y una atmósfera por lo general verosímiles, pero que algunas inconsistencias debilitan. Ciertas decisiones que el protagonista toma no se corresponden con lo que es esperable en la realidad. Eso provoca que, tratándose de una película de corte realista, algunos giros vayan forzando el desarrollo hasta desembocar en un desenlace sutilmente truculento que arrinconan a Argüello de forma arbitraria. Es ahí cuando el guión, que parecía ser un aliado de Espinoza, termina conspirando contra la solvencia de Arpón.