Aquel martes después de Navidad

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

El hombre, en sus circunstancias

Un pequeño gran filme del cine rumano sobrevive milagrosamente en la cartelera cordobesa, únicamente en los cines Showcase (en dos horarios, a las 15:25 y 20, más el trasnoche los viernes y sábados), y aún así se justifica dedicarle estos párrafos por encima incluso de la última obra de otro autor más conocido y respetado, el español Pedro Almodóvar (que ha vuelto, con La piel que habito, a mostrar el costado más frío, perfeccionista y oscuro -hasta la perversión- de su cine). Pero Aquel martes después de Navidad, del rumano Radu Muntean, es uno de los filmes del año, y vale la pena rescatarlo del anonimato al que lo condena una política programadora mezquina y uniforme, que rara vez piensa en dar oportunidad a un cine que no sea norteamericano, por más méritos que tenga (próximamente, el filme se estrenará además en el Cine Teatro Córdoba).

Pero si de méritos hablamos, el cine rumano tiene para hacer dulce: filmes como La noche del señor Lazarescu, Bucarest 12:08 o Policía, adjetivo, han posicionado a esa cinematografía como una de las más vivas, rigurosas y sorprendentes de la escena contemporánea. Presentada en la sección Un Certain Regard de Cannes 2010, ganadora de un premio en Mar del Plata ese mismo año, la cuarta película de Muntean no hace más que confirmar que la sentencia va más allá de toda moda o capricho: algo está pasando en ése pequeño país del este, y vale prestarle atención.

Claro que Aquel martes se parece y al mismo tiempo se distancia de sus predecesoras, sobre todo porque decide trasladar la acción a la más profunda intimidad que se pueda imaginar, mientras aquellas hacían de lo público (sea que trataran la historia rumana o de su herencia en la burocracia institucional) su tema predilecto, aún en la noche del pobre Lazarescu, acaso con la que más contactos tiene. Pero si miramos bien, estas películas comparten una capacidad infrecuente para explorar la intimidad de sus personajes, a partir de un posicionamiento estético y formal que permite la revelación de ése ámbito existencial en toda su complejidad (y que lo relaciona con el mundo que lo circunda y lo constituye). Aquí, en todo caso, Muntean disecciona con la misma precisión con la que sus pares (Cristi Puiu y Corneliu Poromboiu) desarmaban los discursos sobre las instituciones o la historia, el drama de un matrimonio en crisis, desatado a partir del dilema que vivirá uno de sus miembros, enamorado de una tercera persona.

Compuesto totalmente por planos medios fijos sobre su eje, la escena de apertura mostrará a Paul (Dragos Bucur) y Raluca (Maria Popistasu) desnudos en su cama, jugando como adolescentes ena-morados. La secuencia siguiente develará la realidad de Paul, un banquero casado con Adriana (Mirela Oprisor), con quien tiene una hija de unos diez años. Es tiempo de Navidad y ambos se encargan de comprar y dilucidar los regalos de toda la familia: este plano bastará para instalar una disrupción en las expectativas del espectador. Y es que Paul y Adriana no se odian, más bien al contrario, se trata de un matrimonio algo aplastado por la rutina pero donde el amor pervive. Con un virtuosismo y una austeridad notables, Muntean irá revelando progresivamente la complejidad de esa cotidianeidad que ha entrado secretamente en crisis, y cómo nuestros protagonistas enfrentan una circunstancia tan extraordinaria como natural, pues se trata de la frágil condición humana. Habrá picos de tensión: cuando Paul no pueda evitar un encuentro entre su amante y su esposa, y cuando finalmente confiese la verdad a Adriana, una escena magistral que hará estallar toda la tensión contenida en la película y expresará la verdadera dimensión del drama.

De una rigurosidad imperturbable, Muntean no apelará a golpes de efecto para intensificar la emoción: la música extradiegética estará siempre ausente, así como también las resoluciones catárticas típicas de los melodramas. El drama se construye (y se resuelve) aquí a partir de los detalles, a partir de la extraordinaria performance de los actores y sobre todo desde un planteamiento formal que permite al espectador habitar el espacio y el mundo que contiene: los encuadres amplios, la profundidad de campo, la ubicación de los actores en el plano irán adquiriendo mayor significación con el avance del conflicto, y la resolución final será una lección de cine, donde se podrá leer la situación íntima de cada protagonista en el mismo plano. Cuando aparezca la música, en los títulos, será tan austera como el resto de la película, y ahora sí servirá para dejar una tan legítima como mínima esperanza.

Por Martín Iparraguirre