Apuesta maestra

Crítica de Santiago Armas - Cinemarama

Castillo de naipes

Tal como sucede en Tres Anuncios sobre un Crimen, cuando un guionista pasa a convertirse en director corre el riesgo de transmitir una idea del mundo más a través de la palabra que de las imágenes. Aaron Sorkin es sin dudas el escritor más aclamado en Hollywood actualmente, con sus diálogos veloces y punzantes provenientes de la boca de personajes tan inteligentes como despiadados como sus Mark Zuckerberg y Steve Jobs. En su debut como director, Sorkin aborda otra historia real, la de Molly Bloom, una exesquiadora profesional que, a causa de una lesión, decide dar un vuelco a su vida organizando partidos de póker algo ilegales al que concurren desde estrellas de Hollywood hasta empresarios millonarios y miembros de la mafia rusa.

Ya desde los primeros minutos de Apuesta maestra vemos el estilo Sorkin en todo su esplendor: un veloz y milimétrico montaje que asocia las imágenes con el monólogo interior de Molly, que cuenta su derrotero de deportista frustrada a millonaria empresaria. Ese comienzo sirve a la perfección para entender las fortalezas y debilidades de la película de Sorkin. Sin dudas se trata de alguien talentoso que sabe narrar y construir personajes complejos, con tantas virtudes como defectos, de los que Molly no es la excepción. Pero como todo guionista reconocido, también se le escapan ciertas canchereadas, como algunos monólogos demasiado extensos o el uso constante de referencias literarias. Donde más se percibe la habilidad de Sorkin es en la elaboración de enfrentamientos verbales entre sus personajes, como sucede entre la Molly (que encarna Jessica Chastain con autoridad) y su abogado interpretado por el siempre confiable Idris Elba, y que recuerda a los intercambios picantes propios de la screwball comedy clásica como Ayuno de amor, de Howard Hawks. Pero no es hasta el final, cuando la protagonista, cada vez más complicada legalmente, se reencuentra y mantiene un dialogo crudísimo con su distante padre (interpretado por el gran Kevin Costner), que la película se sale del vértigo y de sus trucos de guion para producir una empatía y emoción genuinas. Después de tanto partido de póker, jugadas y trampas, la última aparición de Costner es la carta que Sorkin venía guardándose para el final.