Aprender a vivir

Crítica de Adolfo C. Martinez - La Nación

Un adolescente en un falso paraíso suburbano, a fines de la década del 70

Nunca es fácil para un muchacho dejar atrás esos tiempos de juegos y de permanentes diversiones para internarse en la adolescencia, con sus primeros amores, sus deseos de triunfar y esa infatigable y casi siempre severa brújula que sus padres le inculcan para, dicen, formar de él un hombre. Este es el caso de Scott, que en sus quince años deberá soportar un padre alcohólico y una madre sobreprotectora que se hallan en permanentes disputas y, como contrapartida, vivirá la emoción de hallar en una joven desprejuiciada la posibilidad de encontrar la primera sensación romántica. La acción del film se ubica a fines de la década del 70 y muestra a cada paso el lado oscuro de un paraíso suburbano en el que dos matrimonios se desmoronan frente a la infidelidad y el temor de quedarse en la más completa soledad. El relato se interna así, teniendo como eje central a Scott, en los detalles del conflicto de clases, las reacciones de los jóvenes a la violencia física y el temor a la primera relación sexual. La existencia de ese muchachito dará un vuelco cuando su hermano mayor regresa al hogar proveniente del ejército y le demuestra que, a veces, la violencia es necesaria para poder mantener una hidalguía perdida. Hay en esta historia dudas, temores y una calidez que emana del personaje central, un muy buen trabajo de Rory Culkin.

El director Derick Martini logró en éste, su primer largometraje, un fiel retrato de todos y de cada uno de los personajes que recorren esta historia que emana comprensión y retrata con suavidad y calor la existencia de esos seres que tratarán de componer sus agrietadas vidas. Las actuaciones de Alec Baldwin, de Kieran Culkin y de Timothy Hutton apoyaron también con enorme sobriedad a los antihéroes de esta historia que, sin duda, tocará el corazón de los espectadores más sensibles.