Antes de la medianoche

Crítica de Santiago García - Leer Cine

LA INOCENCIA, LA OSADIA Y LA MADUREZ

Antes de la medianoche (Before Midnight, 2013) es la tercera parte de una historia de amor iniciada en 1995 con Antes del amanecer (Before Sunrise) y continuada por Antes del atardecer (Before Sunset, 2004). El mismo director, Richard Linklater y los mismos actores, Ethan Hawke y Julie Delpy, interpretando a los mismos personajes, Jesse y Celine. Se trata de una obra única, una trilogía que es una rareza dentro de la historia del cine mundial. Por momentos, claro, no podemos dejar de pensar en la saga de Antoine Doinel que realizó François Truffaut con Jean-Pierre Léaud en el rol protagónica. Aquellos films iban desde la dura infancia del personaje principal hasta sus divorcios y el recuerdo de sus muchos amores. Pero era sólo un personaje y el nivel de desprolijidad le hacía cambiar drásticamente el tono a las cosas. Y aun así, que quede claro, eran obras maestras. Pero Linklater realiza con la ayuda de sus dos actores algo mucho más preciso, delicado, minucioso. La coherencia de los tres films es impecable e implacable. Y más aun, la primera de las películas se convirtió en uno de los grandes clásicos románticos de todos los tiempos. Así que vayamos por partes, literalmente, para llegar al análisis de esta obra que son tres películas pero veremos finalmente que se trata sólo de una.

Inocencia y juventud

Emulando las vías de Extraños en un tren (1950) de Alfred Hitchcock, Antes del amanecer mostraba vías que se cruzaban para anunciar las historias que se iban a encontrar. Así, en un tren en Europa, Jesse (Hawke) y Celine (Delpy) se encontraban en un tren. Irónicamente o no, los unía una pareja que se peleaba en voz alta, incomodando a todos en el vagón. Los dos jóvenes, ella francesa, él norteamericano, quedaban entonces separados por un par de metros, leyendo su libro. Y la película de Richard Linklater consigue, gracias a su brillante pero muy sobria puesta en escena, que todo quede al servicio del carisma de sus actores. Hawke, famoso por su enorme timidez en La sociedad de los poetas muertos (1989) es capaz de desplegar todo su talento en la escena número uno de la película. Se nota su tensión, su juventud, sus ganas, su vergüenza. Pero entabla una conversación y la química es instantánea. Delpy, conocida por pequeños papeles y protagonista de Blanc (1994) ganaba pantalla y se apoderaba de la platea. No hay película romántica si los protagonistas no son encantadores y mucho menos si no hay entre ellos algo que nos haga pedir a gritos que estén juntos. El fondo de esa noche juntos será Viena, y en la ciudad irán viendo lugares y conociendo personas. Dos actores, una mujer que lee las manos, un poeta con hambre a orillas del río. Y hablarán, y se enamorarán. Pero no hay peor error que considerar a esta y las siguientes dos películas como meras ilustraciones de excelentes diálogos. Nada más alejado. Richard Linklater hace un trabajo increíble para mezclar el tiempo real con inteligentes, precisas y finalmente cinematográficas elipsis que nos hace sentir el tiempo de una manera única. Vivimos el tiempo real pero la historia no está contada en tiempo real. Y ese es el gran secreto de esta trilogía. El tiempo es la clave de los tres films, tanto dentro como fuera de la pantalla. Cuando la pareja se separa vemos los lugares donde estuvieron, vacíos. Esa ciudad que los vio pasar y ya los olvidó. Seres efímeros somos y la película lo expone. El final es desgarrador, aunque agridulce. Estamos en 1995, no hay internet, no hay email, y ellos se despiden sin pasarse ni una dirección, ni un teléfono, sólo con la promesa juvenil, impulsiva, arrebatada de encontrarse seis meses más tarde en el mismo lugar. La historia podría haber terminado ahí para siempre, pero había más.

La osadía de los amantes

Tan solo le basta la escena inicial a Antes del atardecer para conmovernos. Jesse presenta en Paris su libro y en mitad de la presentación asoma Celine. Para los espectadores que hacía nueve años se habían emocionado con aquel gran fin romántico, este momento les devolvía esa química que no se había perdido. Esta segunda parte será un reencuentro entre dos personas de treinta y pico y ya algunos golpes más duros en la vida. Al estilo de esa otra cumbre romántica llamada , la cita de los jóvenes quedó trunca. Sabemos que Celine no fue, pero es un momento terrible cuando descubrimos que Jesse sí concurrió a Viena en la fecha fijada. En este segundo film la estética es más dinámica, sencilla, moderna. Como una extensión de los personajes, en esta segunda parte las cosas son menos inocentes, pero a la vez menos preocupadas por los detalles exteriores. Jesse y Celine ya no interactúan tanto con el afuera, se ocupan de estar ellos dos juntos, aislados del resto. Las revelaciones que cada escena ofrece tienen un crecimiento dramático impecable. Vamos descubriendo información escena tras escena, observamos los cuerpos que aun se desean pero no se tocan. La tensión crece, la angustia también. Tan sólo ochenta minutos le toma al director narrar esta historia en falso tiempo real, con muchas escenas en tiempo real, sí, pero con varias elipsis repartidas de forma estratégica y sutil, una vez más. Extraordinario ritmo tiene esta película y las actuaciones son más sofisticadas que en la primera. El sueño de cualquier actor, tener una historia real para explorar y buscar agregarle capas a sus personajes. Ahora sí, Hawke y Delpy figuran como coguionistas junto con Linklater. No hay improvisaciones, los diálogos están tejidos a la perfección y la puesta elegida de forma minuciosa. El desenlace de la película es una de las grandes cimas de la trilogía. Celine le canta en su departamento un vals a Jesse. Un vals que habla de su noche juntos. Es un momento puramente cinematográfico, solo tiene sentido si se observa a los actores, la distancia física entre ambos y la conexión absoluta en todos los demás sentidos. Un solo abrazo hay en Antes del atardecer. Un abrazo, un vals, y un tema de Nina Simone. Pero eso alcanza para que Celine le asegure a su amado: “Vas a perder ese avión…” y el conteste: “Lo sé”.

Un amor que no se cae de maduro

De la nada, casi por sorpresa, apareció un tercer film. Nada sabíamos sobre su realización, sólo supimos que estaba terminado. Una producción pequeña, con muchos técnicos griegos y filmada en Grecia, pasó desapercibida. Pero llegó. Antes de la medianoche es, definitivamente, la prueba del más puro lenguaje cinematográfico. La clave del cine es el tiempo. La clave del relato es la distribución de la información. Ahora la película arranca en Grecia, en el aeropuerto, con Jesse despidiendo a su hijo. En pocos minutos se sabrá en que quedó aquella historia de Paris y en qué situación están ahora él y Celine. Ya no son los jóvenes inocentes que compartieron una noche sin conocerse, ya no son los golpeados pero aun románticos treintañeros que eran capaces de dejarlo todo por amor. Ahora Jesse y Celine están en otra etapa de sus vidas y su relación. Siguen siendo los mismos, en esencia, pero los cambios con respecto a los dos films anteriores son claros. Como los más inocentes espectadores nos quedamos helados cuando la vemos a ella junto al auto esperando a Jesse a la salida del aeropuerto. Del hijo de Jesse sabíamos en el film anterior, pero sin otra pista, ahora vemos dos mellizas durmiendo en el asiento de atrás. Jesse y Celine están juntos, posiblemente desde aquella tarde en Paris y tienen dos hijas juntos. En el auto van los cuatro para desarrollar el primer plano secuencia del film. Un largo diálogo donde todo lo que digan está acompañado por la imagen silenciosa de las dos nenas durmiendo. Podrán decir y hacer lo que quieran, pero esa imagen atrás dice que las reglas han cambiado. Pero son ellos, sin duda son ellos. Y en pocos minutos ya estamos otra vez metidos en la historia. Es una forma genuina de felicidad la que experimentamos al volver a estar junto a ellos. Y el gran acierto del guión, escrito una vez más por Linklater y los dos protagonistas, consiste en encontrar el equilibrio justo entre la madurez y el romanticismo.

Lo que sucedió aquella noche

El tercer film de la saga –y nunca podríamos asegurar si es el último- encuentra a los personajes ya no en encuentros románticos, sino en una larga relación. Pertenecientes a dos continentes distintos, con el hijo de él en Estados Unidos, con una ex esposa complicada, los conflictos son otros. Pero en el segundo film habían sufrido por su exceso de romanticismo, así que ahora viven la otra opción. En la casa de un escritor veterano, la pareja reflexiona junto con otras parejas, más jóvenes, más grandes, y también dos personas viudas, acerca de la naturaleza del amor, el matrimonio y la vida de a dos y en familia. Si Linklater hubiera elegido repetir otro encuentro romántico se había equivocado, no hay duda. Así que de lo que trata esta película es del dolor de la pareja en el mundo real, justamente lo contrario a la segunda, que trataba del dolor de haber sido demasiado idealistas y románticos. La naturaleza humana es compleja, el amor es complejo, y los relatos de ese inolvidable almuerzo en Grecia lo acreditan. Lleva mucho tiempo, pero mucho tiempo, crear situaciones tan naturales, hacerle sentir al espectador que todo es espontáneo cuando no lo es. Delpy y Hawke tienen un dominio de sus personajes absolutos. Tienen la edad que el guión dice, tienen la edad del director, el tiempo ha pasado delante y detrás de cámara. El tiempo, una vez más, el tiempo. El tiempo todo lo cambia, el tiempo todo lo afecta. El cuerpo, el amor, el relato cinematográfico. Memorable es la escena cuando ven caer el sol juntos. Es casi una descripción de la pasión romántica. “Está, está, está… ya no está” dicen y se quedan en silencio. Luego vendrá una noche en un hotel. Están en Grecia, pero el hotel es impersonal, anónimo, contradice el afuera. Y tal vez por estar en Grecia llegan a una catarsis (purificación en griego). Lo dicen todo, lo sacan afuera, se liberan y se purifican. No es ni sórdido ni cruel, es un paso para seguir adelante. Ni Jesse ni Celine han bajado los brazos, pero había cosas para sacar afuera y salen en ese momento. Y allí es donde el romanticismo del primer film vuelve a asomar. Renovamos los votos con ellos. Nosotros les pedimos que se arreglen, nosotros queremos que se amen. Nosotros queremos creer en ellos y por extensión en nosotros. El final no será entonces en la habitación, será afuera, en un paisaje más hermoso, más esperanzador, más romántico. La cámara se aleja. No están solo, pero están juntos. Por primera vez en la serie la película termina con ellos dos dentro del mismo plano. Son una pareja, están juntos. Dieciocho años hace que los vimos por primera vez, la misma cantidad de años que pasaron desde que se conocieron. No se trata de tres películas, sino de una gran película dividida en tres etapas. Una pieza absolutamente original y única en la historia del cine. Capaz de explorar emociones e ideas que atraviesan tanto lo que se cuenta como la manera en que los tres artífices de este film se han atrevido a contarlo. No hay más para decir, solo entregarse a esta bella, profunda y definitiva reflexión acerca del amor y la pareja. Antes de la medianoche es absolutamente inolvidable.