Anomalisa

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

¿Quieres volver a ser humano?
¿Cómo ser humano en un mundo de autómatas? La pregunta fue el disparador que llevó a este proyecto y movilizó nuevamente toda la creatividad de Charlie Kaufman para volver a las andadas existenciales tras una larga ausencia después de su debut como director con la polémica Synecdoche, New York -2008-, flanco atacable desde las redes sociales y que provocó en el autor de Ladrón de orquídeas -2002- un replanteo sobre su cine y expectativas artísticas completamente alejadas de las voces homogeneizadas del mercado cinematográfico estadounidense.
Entonces Anomalisa -2015- creció primero como pequeña obra de teatro, para ser leída por los actores sin representación y luego como proyecto autónomo, que apeló al Crowdfounding (recaudación de fondos de particulares, fans) para financiarse y no someterse a ningún freno de estudios o empresas patrocinantes. Por eso lo de las voces homogéneas que Kaufman padeció en su realidad como artista independiente, se vuelve en el film un elemento clave para subrayar la idea de pérdida de toda autonomía o aspecto singular de lo humano.
Anomalisa es un juego de palabras entre “Lisa” y “Anomalía”. La primera es el interés amoroso del protagonista Michael –voz de David Thewlis-, quien se dedica a dar charlas motivacionales con fines empresariales. Llegado a Cincinati, el hombre se hospeda en un hotel y conoce a Lisa –voz de Jennifer Jason Leigh- entre otros personajes secundarios con los que se cruza pero no logra establecer vínculo alguno.
Todos tienen la misma voz, a cargo de Tom Noonan, y de alguna manera son marionetas digitadas por una fuerza invisible, que encuentra un sentido simbólico en el uso de las figuras a escala empleadas en el film, bajo la técnica del Stop-motion. La imperfección del estilo, de acuerdo a las propias declaraciones de Kaufman, generan en el film, nominado al Oscar en la terna que comparte con Intensamente -2015-, una atmósfera de realidad e irrealidad a la vez, otra anomalía en lo que hace a animación mientras el reinado del digital condiciona también la mirada del espectador.
A Kaufman no le cuesta desarrollar conflictos existenciales en sus personajes y mucho menos si se trata de hacerlos crecer con sus preguntas que no tienen respuesta, no hay una impronta de búsqueda de alguna sensación o emoción más que recuperar la esencia y la singularidad ante tanta decadencia, y nuevamente apostar al amor, al encuentro con el otro para que emerja el rasgo de humanidad dentro del universo artificial del consumismo y la constante réplica de desear aquello que no se tiene y tener aquello que no se desea.
Si bien la estructura de Anomalisa no presenta, como es habitual en el autor de Eterno resplandor… -2004-, complejidad desde el punto de vista narrativo o en la puesta en escena, eso no significa que carezca de profundidad en los planteos o falta de vuelo poético en la resolución de esta melancólica aventura en la que a veces aparecen ideas estrafalarias que encuentran una dirección inequívoca en el universo planteado y no resultan chocantes para el espectador, si es que acepta las reglas del juego.
La última anomalía de Anomalisa sería ganar el Oscar. Soñar no cuesta nada, por ahora.