Anna Karenina

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Clásico revisitado

Con una trama que no envejece, esta versión de la historia de Tolstoi muestra a una Keira Knightley a la altura de las circunstancias.

Filmada infinidad de veces, tal vez porque es un clásico sobre la infidelidad, que no envejece, esta versión de Anna Karenina le escapa a la adaptación precisamente fiel.

Sí, los personajes y las situaciones son en la práctica los mismos, pero hay una carga erótica más explícita que la que Vivien Leigh y Greta Garbo le podían dar en 1948 y 1935.

La puesta en duda de la virtud de una mujer, por ser infiel, y el coraje de la misma por dejar a su marido y su hijo por su amante son los dos tópicos sobre los que tintinea la campana del filme. Que nunca se detiene y va de un extremo al otro.

Anna viaja de San Petersburgo a Moscú a reparar la relación entre su hermano y su cuñada, porque él le ha sido infiel con una institutriz. Pero mientras Kitty, la hermana de su cuñada, coquetea con el conde Vronsky en una fiesta, Anna y el noble se sienten atraídos. Anna morderá la manzana y nada será igual para ella, que es mostrada en esta versión como una gran seguidora de los libros de Bucay.

Previsor, o porque leyó el libro de Tolstoi, de 1877, el conde le advierte a su futura amante que “Sólo desdicha o la mayor felicidad posible” les espera. Cuánta verdad.

Para acentuar -aunque consigue exagerar, que no es lo mismo- la vida artificial de Anna en la Rusa imperial, las acciones se sitúan prontamente en el escenario, las bambalinas y la platea de un teatro.

Un problema que afronta la película es el casting. Keira Knightley sabe llorar y sufrir. Lo viene haciendo desde hace años, tal vez porque le aprieten los corsés o los vestidos de época, pero lo hace muy bien. Joe Wright, que ya la dirigió en Orgullo y prejuicio y Expiación, deseo y pecado, sabe cómo enaltecerla e iluminarla desde abajo, de frente y de costado.

Distintos son los casos de Jude Law, como Karenin, el esposo engañado, y más aún el de Aaron Taylor-Johnson ( Kick-Ass), como el conde Vronsky. Porque si en el guión del dramaturgo Tom Stoppard -que ha escrito el de Shakespeare apasionado, pero también el de Brazil- muestra a los hombres -todos los hombres- como pusilánimes, cobardes, tipos sin ánimo, los dos amores de Anna son como marionetas.

Ganadora del Oscar al mejor vestuario, Anna Karenina se luce por eso, por su ropaje externo, su ambientación. Claro: Greta hubo uno sola.