Amores frágiles

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

"Antes que volver contigo me suicidio” no puede querer decir nada bueno.

Pero para Claudia, sí. “¿Ves? Eso es una declaración de amor”. No obtiene respuesta.

Y no la obtiene porque Flavio no quiere que le escriba más por whatsapp ni se comunique con él.

Esa obsesión amorosa de Claudia la lleva a extremos que aquí no vamos a contar, pero que cualquier alma desesperada podría -o no- llegar a comprender o, tal vez , imaginar.

Pero el problema de Claudia, según ella es que no sabe dónde está su amado. El problema es que los dos no están tras lo mismo. Y que ella es algo obsesiva compulsiva.

Amores frágiles es un drama romántico, con algún toque de comedia, alguno de ellos motivado por la pasión desmedida devenida en aparente locura.

“Eres violenta y te haces la víctima, y no seré prisionero de un sueño que no comparto”, le dice Flavio cuando aún era pareja. Fueron siete años, y estaban por contraer matrimonio. Ella llora. “Sos una topadora que no se detiene hasta alcanzar su objetivo”, insiste a las tres de la madrugada el (ex) amado.

Hay charlas que hay que tener para conocer a la persona que uno tiene en frente, o al lado. Pero si le dicen “Te miro y sé que quiero estar contigo por siempre”...

Francesca Comencini es hija de Luigi, el director de Pan, amor y fantasía (1953). La hija es más explícita en el retrato de la pareja. Aquí, le interesa Claudia, que como Flavio es profesora universitaria y que, desairada, cree encontrar en una estudiante lo que ya su ex no puede brindarle.

Lo que busca Claudia es lo que el espectador debe descifrar. Porque Comencini deja abierta, quizá demasiado, la interpretación de lo que pasa por la cabeza y el corazón de su protagonista.