Amor de vinilo

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

Ya a esta altura puede hablarse de un subgénero “adaptaciones de novelas de Nick Hornby”, compuesto por historias de personas que –en general voluntaria pero también un poco involuntariamente- pugnan por rearmarse. Ese rearmado implica reconstrucciones, aprendizajes, correcciones, descubrimiento. En fin, crecimiento, que siempre implica errores y ajustes. Amor de vinilo es también un relato de gente tratando de crecer, tropezando y reintentando, con ese crecimiento adquiriendo formas tanto de autodescubrimiento como de redención.

El crecimiento comienza a partir de hacerse cargo de los problemas que nos aquejan. Durante unos cuantos minutos, Amor de vinilo muestra a Annie (la siempre perfecta Rose Byrne) haciendo ese proceso interiormente, pero sin llevarlo a la práctica, transitando su existencia apática como encargada de un irrelevante museo en un pequeño pueblo británico y como pareja de Duncan (Chris O’Dowd), un profesor universitario que está obsesionado con la figura de un músico de culto. Hasta que una serie de particulares eventos la llevan a comenzar una relación vía Internet con Tucker Crowe (notable Ethan Hawke), quien es precisamente ese músico de culto al cual reverencia Duncan, y que también transita su propia existencia apática, viviendo de prestado en el fondo de la casa de una ex y de las regalías que dejan sus canciones de efímera época de gloria.

Sin embargo, esos malentendidos son apenas el punto de vista para una historia donde la conexión romántica es progresiva y pautada primero por diálogos virtuales y luego por conversaciones cara a cara, donde tanto Annie como Tucker irán explicitando y tratando de poner en crisis el estatismo que los agobia. Esos presentes insatisfactorios y en piloto automático están sustentados en pasados plagados de silencios y decisiones equivocadas, pero también de acciones que nunca llevaron y que los siguen acechando espiritual y físicamente. Eso se hace más patente en el caso de Tucker, que ha dejado un tendal de hijos con distintas parejas y que encima está a punto de ser abuelo, cuando ni siquiera ha aprendido realmente a ser padre. Sin embargo, Annie también carga con lo suyo, porque porta de manera permanente la carga de haber tomado riesgos con su vida profesional, pero tampoco con lo afectivo, incluso postergando y escondiendo su deseo de ser madre.

La catarata de conflictos que va acumulando Amor de vinilo podrían haber tornado al film en un dramón indigerible, pero en vez de eso, el director Jesse Peretz trabaja la vertiente dramática en una constante interacción con la comedia, sin dejarse llevar por lo altisonante, encontrando lo hilarante y hasta patético sin remarcaciones. Hay una escena brillante en una clínica, donde empiezan a juntarse un montón de personas en sucesión imparable y en la que Tucker ve como todo su pasado repleto de errores se le viene encima para pasarle factura en el presente, que es sumamente representativa de esta apuesta. Y lo cierto es que Peretz (que dirigió varios capítulos de series como Girls, Divorce y GLOW, además del interesante largo Our idiot brother) muestra un gran talento para un tipo de puesta en escena precisa y humilde a la vez, pero también cuenta a su favor con las actuaciones de Byrne y Hawke, que aportan un fabuloso e imprescindible nivel de humanidad, además de exhibir una química inhabitual.

Se podrá decir que Amor de vinilo no termina de encontrar el rumbo correcto para el personaje de Duncan, que queda como alguien excesivamente caprichoso e infantil –a pesar de tener un monólogo muy bueno donde consigue explicar lo que siente cuando escucha las canciones de Tucker-, pero eso lo compensa con creces a partir de una narración que no le teme al dolor y la amargura –hay una conversación telefónica durísima donde a Tucker le queda claro que hay cosas de su pasado que ya no puede arreglar-, lo cual la termina habilitando para otro tipo de momentos. Esos instantes de descubrimiento de afinidades, de confesiones que alivian, de aceptación de los defectos del otro, de realización respecto a lo deseable y posible, de ocupación de determinados roles, de gente aprendiendo a quererse y dándose segundas oportunidades, hacen de Amor de vinilo un film dulce y honesto, tan gracioso como emocionante.